Aproximación a la Historia de las actitudes ante la muerte

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1. La Muerte en la Historia de las Mentalidades

La muerte tarda mucho en entrar en el ámbito de la Historia. Filósofos, teólogos, médicos  y religiosos premeditaban durante siglos acerca de la muerte y la vida después de ella, cosa que ningún historiador, anteriormente, se aventuró a indagar. Incluso cuando la Historia se separó del régimen positivista, el cofundador de Annales, Lucien Febvre no creía en una historia de la muerte.[1]

A finales del decenio de 1960, con la Tercera Generación de Annales, la historiografía francesa transita desde una historia socioeconómica hacia la historia cultural y el de las mentalidades, apoyado por los avances de la antropología. ¿Por qué se produjo este cambio? Peter Burke señala que la tercera generación carecía de un líder que tuviera la batuta de dirigir el grupo, sino que cada integrante llevaría más lejos los programas de sus predecesores. El desplazamiento de la estructura socioeconómica surgió como una reacción contra Braudel, que también formaba parte de una reacción mucho más amplia contra cualquier determinismo.[2]

Fue un hombre de la generación de Braudel, quien llamó la atención acerca de la historia de las mentalidades. Philippe Ariès fue el pionero en el tratamiento de temas nunca anteriormente abordados en el campo de la historia, como la familia, la niñez y la muerte.

En su libro El hombre ante la muerte, Philippe Ariès encuentra cinco actitudes ante la muerte, que van desde la Antigüedad hasta la actualidad. Estas son:

La muerte domada: Desde el siglo VI al XII, que se caracteriza por una espera tranquila y resignada de la muerte, el lecho del individuo era acompañado de su familia.

La muerte propia: Desde el siglo XII hasta el siglo XVIII, corresponde a la actitud de preocuparse por el destino del moribundo ante la angustia de no poder resarcir sus pecados, así tratará de hacer méritos a última hora para salvar su alma.

La muerte lejana y próxima: Coexiste con la anterior en el siglo XVIII. Caracterizada por la preocupación de los vivos hacía los muertos, el cuto a las tumbas y cementerios y los rituales fúnebres. Es un estado de transición entre la muerte propia y la muerte ajena.

La muerte ajena: Surge en el siglo XIX con el romanticismo. La preocupación desmesurada por la muerte propia comienza a dirigirse hacia los otros. Esta autoconciencia que se enriquece empieza a admitir que sólo puede contemplar la muerte en los otros. La muerte que uno experimenta es primariamente la ajena, reflejada en el dolor los deudos que lamentan la partida.

La muerte invertida: Desde el siglo XIX hasta nuestros días. La muerte es expulsada, ya que existe un fuerte rechazo hacia ella y se la enmascara tras la enfermedad, como consecuencia  de  la  medicalización  de  las  conductas. El disimulo en la relación moribundo-entorno, que tiene por efecto apartar al enfermo de los signos del desenlace fatal. La muerte es vista como sucia y la muerte hospitalizada se convierte en muerte solitaria. [3]

El enfoque metodológico empleado por el Ariès combina fuentes de diverso tipo —literatura, documentos de archivo, iconografía funeraria, entre otros—, con un análisis que privilegia lo cualitativo y más impresionista así como la interpretación global en recortes temporales muy amplios. La importancia de la larga duración a la hora de abordar su objeto de estudio radica en la gran lentitud de los cambios en los hombres ante la muerte que se dan en periodos muy largos, tan largos que exceden la capacidad de la memoria colectiva.

Por otro lado, los historiadores como George Duby o Michel Vovelle buscaron un método histórico “ideal” que logre combinar las herramientas estadísticas de la historia serial con la riqueza del análisis del discurso para poder captar la esencia de la mentalidad entendida como la fuerza que da forma y organiza el destino de los grupos humanos más allá de niveles de económicos y sociales. La Historia de las Mentalidades busca los juicios, conceptos y creencias compartidos por una colectividad. Michel Vovelle revalora el evento histórico junto a la dimensión de la larga duración y pretende integrarlos al mismo tiempo que le da valor investigaciones de situaciones, personajes o hechos excepcionales por cuanto pueden ayudar a dar mayor significado a las investigaciones más amplias de recursos más pobres. [4]

Michel Vovelle creía que podía medir el proceso de “secularización de la vida” al estudiar las actitudes ante la muerte, valiéndose de un estudio cuantitativo de los testamentos. El resultado fue una tesis doctoral de 30.000 testamentos de Provenza. Así Vovelle identificó una cambio importante que pasó de lo que él llama la “pompa barroca” de los funerales del siglo XVII a la modestia de los funerales del siglo XVIII. Sostenía que el lenguaje de los testamentos reflejaba el sistema de representaciones colectivas y su principal conclusión fue identificar una tendencia a la “descristianización” de los años de la Revolución Francesa.[5]

Para realizar su estudio, Vovelle parte de que toda sociedad se mide hasta cierto punto por su sistema de muerte: rodeado de máscaras, tabúes, creaciones fantásticas y prácticas mágicas. El reto del investigador consiste en descifrar su significado, lo cual se trabaja en tres niveles:

La muerte física: Muestra el hecho brutal de la mortalidad.  Los  registros  demográficos  proveen  información  estadística  sobre tasas de mortalidad, edad, sexo, posición social, lugar de residencia, etc. A este nivel se obtiene información sobre cómo se sentían las diferentes muertes, y los contrastes entre ricos y pobres, o entre las tradiciones y folklore rurales y urbanos.

La experiencia de la muerte: Alude al conjunto de gestos y ritos que acompañan el  pasaje de la enfermedad terminal a la muerte, la tumba y el más allá. Muestra la forma en que se ha “domesticado” a la muerte en un  marco de prácticas funerarias, mágicas, religiosas y cívicas.

El discurso colectivo sobre la muerte: En este nivel se ha pasado de lo religioso a lo filosófico y científico. Al analizar este discurso es posible identificar la evolución de las representaciones del más allá para las colectividades que lo han difundido. Por su complejidad, por la inercia y por la velocidad con que se dan las transiciones, este estudio sólo se puede dar en el ámbito de la larga duración.[6]

2. Muerte social y medicalizada

La muerte social, desde el punto de vista antropológico se refiere a aquel individuo que deja de pertenecer a un grupo o comunidad determinada por diversas causas: edad, ocupaciones, degradación, abandono, abolición de su recuerdo, etc. Esta muerte social, que puede darse con o sin muerte biológica, es paulatina ya que se va dando conforme ocurre la ruptura de los lazos que lo unen a los otros:

Todo hombre muere varias veces, y cada vez de una manera diferente: varias veces, puesto que muere tan a menudo como desaparecen, unos a otros, los vivos que se acordaban de él, y de una muerte diferente según la calidad y profundidad de la comunicación interrumpida.[7]

Es decir que los enfermos terminales que van perdiendo o debilitando sus lazos o conexiones con su comunidad padecer una muerte social. La muerte y el morir, al igual que el enfermar, pueden ser pensados como hechos sociales respecto de los cuales los grupos construyen acciones y saberes, y no sólo son procesos definidos profesional e institucionalmente.[8]

No obstante, y a pesar de que sabemos que la muerte puede estar presente en cualquier lugar y situación, en ciertos espacios sociales es posible establecer un vínculo más íntimo con la muerte en tanto que, por su práctica cotidiana, algunos sujetos se encuentran más involucrados con la misma, y por ello establecen cursos de acción, tanto para sí mismos como para los demás. En nuestras sociedades, la muerte es precedida en la mayoría de los casos de enfermedad, y por ello el médico se encuentra en un contacto estrecho con la muerte.[9]

La atención se dirigió al cuerpo y —como tantos otros aspectos   de   la   naturaleza —se convirtió en máquina susceptible de reparación e intervención. De esta redefinición de salud, enfermedad y muerte, así como la profesionalización  consiguiente  de  los  encargados  de  la salud, se desarrolló la institución del hospital tal como la conocemos. En todo caso, cualesquiera que sean sus orígenes históricos y socioculturales, el hospital es ahora, dentro de nuestra sociedad, el principal contexto en el que se suministra el cuidado sanitario, y dentro del cual se sitúa la muerte.[10]

 3. La muerte como afirmamiento de la vida

Tomando el enunciado de Thomas Hobbles, que el Estado se funda sobre el “miedo a la muerte”, como señala Augusto Castro, a diferentes maneras de entender la muerte correspondería diferentes tipos de Estado. El miedo a la muerte es el “miedo por excelencia” y es un medio que puede ser manipulado para consolidad, legitimar o conquistar el poder. [11]

No nos aterroriza la muerte en sí porque no sentimos terror cuando muere un alguien, sino nuestra propia muerte. La decisión de preservar la vida no corresponde a uno mismo, sino a los otros. El terror es la exacerbación del miedo y, por ello, ha cumplido un papel político: generar y producir terror es un instrumento de la acción política tanto de grupos armados como del Estado mismo.[12]

El Estado surge para garantizar la vida de los seres humanos, puesto que el objetivo del Estado no es la guerra sino la paz. Al decir que el Estado nace del “miedo a la muerte”, ante el terror engendrado por nuestros enemigos, significa que nace para afirmar el derecho a la vida. Así expresar “no tener medo a la muerte” significa afirmar la existencia de un corpus social y estatal que ha logrado revertir las condiciones adversas de la existencia humana y que se proyecta al pleno desarrollo de la vida humana. Al decir «no tengo miedo a la muerte» significa que «sé vivir», puesto que quien ha conocido de cerca la muerte reconoce el valor de la vida.[13]

Citas:

[1]   Gómez Navarro, Soledad. Materiales para la experiencia del morir en la Córdova del antiguo régimen. Córdova: Universidad de Córdova, 1998, p. 7.

[2]   Burke, Peter. La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989. Barcelona: Gedisa, 1999, p. 70.

[3]  Ariès, Philippe. El hombre ante la muerte. Madrid: Taurus, 1983.

[4]  Reséndez, Laura. “La muerte y Michel Vovelle como representación de la Historia de las Mentalidades a través de su obra Ideologies and Mentalities.” Conferencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Historia Social. Monterrey, 2007, p. 6.

[5]  Burke, Peter, óp. cit. p. 78.

[6]  Vovelle, Michel. Ideologías y mentalidades. Barcelona: Ariel, 1985, pp. 102-104.

[7]  Sabater, Fernando. Invitación a la ética. Madrid: Planeta de Agostini, 1995, pp. 148-149.

[8] Menéndez, E. “La enfermedad y la curación ¿Qué es la medicina tradicional?”. Alteridades. México D.F., año 4, número 7, 1994, p. 71.

[9] Abt, Analía C. “El hombre ante la Muerte: Una mirada antropológica”. Ponencia presentada en el XII Congreso Argentino de Cancerología. Buenos Aires, 2007, p. 9.

[10] Charlesworth, M.  La bioética en una sociedad liberal, citado por Abt 2007: 10.

[11] Castro Carpio, Augusto. “El terror como ejercicio del poder”. En Rosas 2005: 275-176.

[12]  ídem, pp. 276-178.

[13] ídem, pp. 279-280.

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