La revista DEBATE, volumen XVII, en su edición N° 84, septiembre-octubre de 1995, publicó un reportaje extenso con el título Mentiras en la Historia Oficial, con el objetivo de orientar, corregir y generar crítica sobre los diversos discursos de la historia de nuestro país que se impartieron desde el colegio, que más que equivocaciones, fueron intencionales por quienes están interesados en que el pueblo no conozca la historia tal como fue.

Texto extraído:

Los incas eran buenos y los españoles malos; nuestra historia antigua se divide en dos etapas: preínca e inca; los incas fueron 14; Cajamarca cayó porque los indios creyeron que los españoles eran dioses… ¿cuánto de verdad hay en esta y otras informaciones que recibimos en el colegio? La Revista DEBATE planteó estos tópicos a 14 especialistas en un intento de revisar prejuicios y estereotipos con el fin de fomentar la discusión y la crítica de la historia que aprendimos. La coordinación de este reportaje estuvo a cargo del joven historiador Eduardo Quintana

En el colegio enseñaron que…

  1. La organización del Tahuantinsuyo hizo posible una so­ciedad paradisíaca y feliz para todos los pobladores.

Respuesta de María Rostowrovski

Falso. Se han elaborado muchas utopías sobre el inundo andino, y como ocurre con todas las uto­pías, no son verídicas. Los in­cas tuvieron grandes logros, yo admiro al mundo andino en general; pero es un hecho que había descontento. Entre las clases acomodadas de las macroetnias, porque con la dominación inca debían ceder sus mejores tierras al gobierno y al culto. Entre las clases po­pulares también había descon­tento porque debían ir ya sea a la mita guerrera -que duraba años y de la que a veces no volvían-, o a otro tipo de mi­timaes, con lo cual perdían su libertad. Además, los que se quedaban tenían doble tra­bajo porque estaban obliga­dos a cumplir con el suyo pro­ pio y con el de los ausentes.

Es por esto que cuando aparecieron los españoles, los grandes señores locales se ple­garon a ellos y los ayudaron en la conquista; y cuando se da la rebelión de Manco 11 como reacción andina a la in­vasión europea, nuevamente muchos señores de las macroetnias volvieron a apo­yar a los españoles. No po­dían saber que vendrían más españoles y que iban a ser subyugados. Estos señores vie­ron en los conquistadores la oportunidad de sacudirse del dominio inca.

Ese apoyo masivo de las macroetnias que muchos pe­ruanos desconocen, crea un sentimiento de inferioridad porque no se entiende cómo un pequeño grupo de españoles pudo des­baratar un imperio

Es necesario desechar esas grandes utopías y conocer los logros de los incas pero sin exagerarlos porque eran hombres de carne y hueso.

  1. ¿Los incas fueron los gran­des civilizadores del mun­do andino?

Respuesta de Cristóbal Makowski H.

Falso. Esta concepción se refleja en la subdivisión del tiempo en los periodos inca y preínca, a pe­sar de que la arqueología an­dina ha demostrado lo absur­do de esta división. Lo preínca abarca más de 12 mil años de presencia humana en los An­des Centrales, de los cuales unos 3 mil corresponden a culturas agrícolas, conocedo­ras de la arquitectura monu­mental y de la cerámica; va­rias de ellas merecen el nom­bre de sociedades complejas. Lo inca representa el episodio final, que abarca sólo un si­glo, en el cual se desarrolla un imperio cuyo centro era el Cusco y que se encontraba en la periferia de los polos tradi­cionales de desarrollo. Es más, en el norte del área centro- andina la dominación incaica duró incluso mucho menos.

Cada conquista implica contactos y algún grado de in­tercambios de experiencias. En el caso incaico los despla­zamientos obligados de las élites locales hacia el Cusco y de mitimaes significaron el traslado de tradiciones, tecno­logía y costumbres de una re­gión a la otra. La idiosincrasia impermeable de las expresio­nes materiales de la cultura incaica, se desprende del rol de símbolo del poder estatal que cumplían los artefactos y construcciones de que se com­ponía. Los diseños incaicos fueron a menudo imitados en las provincias conquistadas, por ejemplo la cerámica y el tejido. Es de suponer que las influencias en el sentido con­trario pudieron ser incluso más importantes, pero resultan mu­cho más difíciles de captar. Va­rios especialistas sostienen que los sistemas calendáricos ad­ministrativos, ciertos elementos de culto y de ideología impe­rial fueron imitados por los incas. Los modelos habrían provenido, por ejemplo, de Chimor en la Costa Norte. Entonces, el rol civilizador de los incas es un mito moderno, no una realidad histórica.

Como tal, forma parte de una utopía política relevante para la formación de la identi­dad nacional, que se gesta desde el siglo pasado y tiene por pilares dos axiomas. El primero: “en el territorio pe­ruano se desarrolló una sola cultura andina”. El segundo: “toda la evolución en el área cultural andina converge en el Tahuantinsuyo, como la más perfecta expresión”. La doctrina que menciona­mos es plenamente percepti­ble en la obra de Julio C. Tello.

Para él, la cultura Chavín aportó las bases tecnológicas e ideológicas (religión) de la unidad andina, mientras que en las dos épocas siguientes se forjan las bases políticas (estados y naciones) necesa­rias para que pueda surgir el imperio incaico.

No hay, entonces, una úni­ca civilización predominante en nuestro pasado.

La cultura andina no era un fenómeno maduro y acabado en el momento de la conquis­ta; vivía un proceso de inte­gración, con avances y retro­cesos, algo truncado, que se inicia en los albores de la prehistoria y no deja de avan­zar hasta nuestros días, a pe­sar y, en buena parte, por cau­sa de la conquista. Simplifican­do, se podría diferenciar dos grandes áreas culturales en los Andes Centrales: la norte y la sur. Cada una de ellas tiene su propia línea de desarrollo e in­fluye periódicamente en el des­tino de la otra, como conse­cuencia de crisis económicas y políticas, posiblemente desen­cadenadas por las catástrofes que produce la corriente del Niño, que fueron mucho más fuertes y duraderas que las de 1983. Gracias a ello las rela­ciones entre las dos áreas se estrechan y las tradiciones cul­turales propias a la una pene­tran en la otra. Estos periodos de crisis de reestructuración llevan en arqueología el nom­bre de horizontes, a partir de la propuesta de John H. Rowe.

¿Desarrollaron los incas tecnologías propias?

Todas las tecnologías manejadas por los incas fueron inventadas en tiempos ante­riores al imperio, aunque difí­cilmente se encuentran an­tecedentes de su estilo en la cerámica y arquitectura. He­mos mencionado que el Im­perio Incaico surge en un va­lle apartado, en la periferia de polos de desarrollo. En el Sur del área centroandina se for­maron a partir del s. IV a.C. dos polos: uno en la cuenca del Titicaca (Tiahuanaco), el otro en los valles de Nasca y de Ayacucho (Nasca y Huari). En estas tres culturas encon­tramos la mayor parte de los antecedentes tecnológicos. La difusión de sistemas de andenería se relaciona con la ex­pansión Huari, y la metalurgia de bronce tiene sus orígenes en Tiahuanaco.

¿De dónde surge el concep­to generalizado de los incas como forjadores de una civili­zación panandina?

Es, creo, una utopía cientí­fica. El que los españoles ha­yan reconocido a los incas como los únicos herederos del pasado andino, ignorando su diversidad, tuvo una importan­cia decisiva para la creación del mito político. Igual peso tuvo la virtual desaparición de las culturas de la costa junto con la población autóctona. En el siglo XX se incorpora esta utopía a la discusión so­bre los orígenes de la nación peruana. Además, la monumentalidad de Machu Picchu y de Sacsayhuamán, la belleza de los uncus y de los arríbalos convence mejor al público que las enredadas elucubraciones del prehistoriador.

  1. ¿El Imperio Incaico fue gober­nado, a lo largo de su existen­cia, por una dinastía basada en la filiación, semejante a las europeas. Los incas que gobernaron el Imperio fueron 14 y la sucesión fue lineal?

Respuesta de Franklin Pease

Falso. Toda percepción de la historia su­pone una elaboración en un momento determinado. Los autores del siglo XVI dieron una imagen occidental de la historia incaica y describieron al Tahuantinsuyo como una organización con criterios romanizados. Esto también su­cedió en la historia europea: los gobernantes eran presen­tados como una genealogía porque en el siglo XVI la con­tinuidad ininterrumpida en el gobierno significaba su legiti­midad, por ello los autores buscaban el origen de las dinastías desde la mitología.

Este criterio determinó que los cronistas elaboraran una estructura dinástica con la in­formación andina, aunque probablemente nunca recibie­ron tal versión de los hechos sino que las mismas pregun­tas que hicieron prefiguraron que el poblador andino les respondiese con una lista de gobernantes que de ninguna forma seguía un criterio de le­gitimidad basado en la filia­ción. Probablemente la figura era muy distinta a como la pre­sentaron los informantes de los cronistas, ya que no podían res­ponder en sentido cronológico sino tan sólo con datos sueltos que el cronista recogía e incor­poraba en una estructura histó­rica según los esquemas de su propia experiencia.

Es por ello que los miem­bros de esa dinastía varían. Los cronistas de 1530 no conocen ni siquiera la palabra inca, sólo sabían que Atahualpa era el gobernante y denominaban a Huáscar y a Huayna Cápac como Cusco y Cusco Viejo, res­pectivamente; es decir, que en 1530 el Cusco era una persona, no una ciudad. Los cronistas de la década de 1540 ya tenían noción de la existencia de 4 o 5 incas; posteriormente se defi­nen mejor los hechos y se con­cibe una dinastía. Sin embargo, esta explicación requiere de cierto conocimiento previo para ser comprendida, por ello inte­resa definir bien qué y cómo se va a enseñar.

¿Cómo ha marcado la vi­sión que tenemos los perua­nos de nuestro pasado esta variación de los hechos origi­nada en las narraciones de los cronistas?

Los cronistas presentaron la época incaica como un pasa­do glorioso en contraposición con el presente tiránico que atribuían a Atahualpa, argu­mento que les permitía justifi­car la conquista por el derro­camiento de quien considera­ban un usurpador.

A partir de la independen­cia se revitaliza este concepto glorioso de los incas, en con­traposición a la Colonia, don­de se verificó una situación que durante la Independencia fue tildada de “postración del poblador andino”. De este modo, en la República se re­chaza el pasado intermedio y se empalma aquel pasado re­moto glorioso con el pasado glorioso más inmediato, que fue la guerra de independencia; por ello ya autores del siglo XIX, como Lorente o Mendiburu, hablan de la “invasión españo­la”. Así, en el siglo pasado se mezclan los arquetipos: por ejemplo, nuestro himno nacio­nal alude al glorioso tiempo de los incas, mientras que la Colo­nia se presenta como el tiempo del peruano oprimido.

Los incas constituyen un es­tereotipo en la vida nacional; cualquier escolar considera que la historia del Perú es gloriosa con los incas y oprimida en la Colonia; pero lo grave es que se ha ido creando una imagen de la República como un ente corrupto, inmanejable, injusto y absurdo, sobre lo cual ya Basadre llamaba la atención al re­ferirse a la tendencia que consi­deraba la República como un basural histórico.

  1. ¿La derrota de Cajamarca se debió al asombro y al miedo que produjo en los indios el aparato bélico español: perros, caballos, armas de fuego?

Respuesta de Waldemar Espinoza

Falso. Siempre, desde mediados del si­glo XVI, se han planteado este tipo de preguntas y otras simi­lares al respecto, cuyas respuestas han dependido del grado de conocimientos que los estudiosos han tenido sobre dichos sucesos. Es irreplicable que las armas traídas por los españoles jugaron un rol im­portante, así como los caballos y galgos, estos últimos largamente entrenados para cazar y descuartizar indígenas. Es in­negable, por igual, el asombro que sintieron los runas ante la presencia de hombres de tez y físico diferentes. En tal situa­ción es comprensible que ha­yan sido considerados, en un primer momento, como em­bajadores del dios Huiracocha. Pero esa percepción fue sola­mente en el primer instante. Después, al comprobar que se comportaban como individuos comunes y corrientes, tales ideas quedaron desvanecidas. Pero todo esto, de acuerdo con las más recientes evidencias documentales no fue, en verdad, el factor determinante de la destrucción del Tahuantinsuyo, ni de la ruina de los gobernantes incas. Ahora pue­do asegurar que fueron móvi­les de carácter estructural los que decidieron el desquicia­miento del último Estado im­perial andino. Me refiero al apoyo o colaboracionismo brindado por las principales etnias a Francisco Pizarro, con el propósito de desmoronar el poder de los soberanos del Cusco. La coyuntura para ha­cerlo realidad se les presentó cabalmente en 1532.

¿Cómo funcionó este siste­ma de alianzas entre los espa­ñoles y los grupos dominados por los incas; cómo capitali­zaron los españoles el descon­tento reinante?

Acerca de esta temática ya se viene insistiendo desde 1534. Precisamente en la crónica de Pedro Sancho se habla de los “indios amigos”, sin cuyo auxi­lio los españoles se hubieran visto en terribles dificultades para invadir y conquistar el Imperio de los Incas. Huamán Poma se refiere a ellos de ma­nera análoga; mientras que Garcilaso de la Vega no podía entender por qué se suscitó el referido fenómeno. Pero noso­tros sí podemos explicarlo, por haber hallado cerca de 20 ma­nuscritos de aquellos señoríos étnicos que se aliaron con Pizarro. Sin embargo, de todas esas etnias colaboracionistas, tres fueron las más notables: la Cañar, Chachapuya y Ruanca. Las citadas fuentes permiten aseverar que las aristocracias regionales no esta­ban contentas con el papel de señores subalternos o señores vasallos del Cusco. Es incuestionable que el Estado imperial les permitió conservar sus cargos de curacas, pero tam­bién es cierto que se sentían disminuidos en sus funciones, porque se les había convertido en agentes del imperio con la obligación de poner en movi­miento una muchedumbre de trabajadores para generar exce­dentes para el Tahuantinsuyo. Y pese a los regalos continuos que les prodigaban los incas, éstos no lograban poner punto final a la distensión entre unos y otros. A los curacas regiona­les no les agradaba ver que mul­titudes de sus súbditos fueran deportados a otros lugares, por lo general distantes (mitmas); y que simultáneamente les introdujeran en sus territorios a centenares o a miles de forá­neos, para formar muchos de ellos- guarniciones de vigilan­cia y represión. Las aristocra­cias “provincianas” anhelaban su independencia, o mejor di­ríamos, su soberanía. Hay in­formes de cómo algunas de ellas se rebelaron; pero asimis­mo sabemos de cómo las sofo­caron cruelmente: hechos que la historia oficial incaica trataba de ocultar. Como se ve, tal realidad había incubado las con­diciones favorables para que las noblezas regionales apoyaran a los españoles.

  1. ¿Los conquistadores españo­les pertenecían a los estra­tos más bajos de la socie­dad. El grupo que acabó con el imperio incaico estuvo for­mado por ladrones, asesinos, marginales?

Respuesta de Rafael Varón

La generalización no es acertada. El grupo de conquistadores te­nía una composición variada, y en la mayoría cíe los casos se excluía a la gente de la peor especie, pero también a la más alta nobleza. Los pueblos ame­ricanos fueron conquistados por un grupo intermedio de la sociedad española: eran los segundones de las grandes familias (hermanos que no he­redaban el mayorazgo) y al­gunos profesionales de diver­sas especialidades. Debían con­tar con algo de dinero o un patrocinador, porque llegar a América constituía ya una in­versión. Además, para enrolar­se en una expedición se reque­ría un aporte de capital, que incluía armamento, caballo y la propia alimentación.

En cuanto a su nivel cultu­ral, había gente con menos o más instrucción, pero se debe tener en cuenta que en la Es­paña del siglo XVI eran muy pocos los que sabían leer y escribir. En el caso específico del Perú, la leyenda ha sido exagerada con Pizarro. Es cier­to que no sabía escribir y que era una persona con poca o ninguna instrucción formal, pero también es cierto que poseía grandes cualidades ad­ministrativas y de gobierno. Pizarro organizó expediciones en zonas cercanas a Panamá y luego dirigió la del Perú, que necesariamente debió congre­gar grandes capitales todo esto requería de una gran ca­pacidad. Su máximo logro fue diseñar la empresa de su vida, que fue explotar los recursos del antiguo Tahuantinsuyo.

La generalización de la pre­gunta obedece a que se sabe que la Corona otorgó una amnistía a ciertos delincuen­tes que estuvieran dispuestos a formar parte de expediciones que buscaban explorar terri­torios desconocidos.

Sí, eso fue cierto pero sólo durante los primeros viajes de Colón. En la época de la ex­pedición al Perú, entre 1525 y 1527, definitivamente ya no se hacía esta especie de amnistía a cambio del pasaje a Améri­ca. Para entonces, el expedi­cionario tenía que pagarse su pasaje o conseguirse un pa­trocinador. Cuando Hernando Pizarro vino al Perú trajo con­sigo a una gran cantidad de criados, y escogió a su gente para facilitar la conquista y explotar los recursos. No con­trató delincuentes.

Ya ha sido demostrado por lames Lockhart, y lo he visto también en mis propias investi­gaciones. Que los lazos que se buscaban para las grandes em­presas mercantiles como la del Perú eran primero los de pa­rentesco y segundo los de paisanaje. Esto contrasta tre­mendamente con la idea de que Pizarro sacó gente de las cár­celes para embarcarla en la aventura. Es más, en tiempos de la conquista del Perú los delincuentes presos no tenían ninguna posibilidad de formar parte de una expedición con­quistadora.

Se habla de los conquista­dores como soldados entrena­dos para la guerra, pero, de otro lado, se sabe que muchos, quizás la mayoría, conocían algún oficio que les permitía ganarse la vida en su tierra natal ¿Cómo se explica esta contradicción?

Los españoles de las hues­tes de conquista no se refieren a ellos mismos como “solda­dos”, porque soldado en la Huí opa de esa época era el hombre asalariado que recibía su paga por luchar permanen­temente. La gran mayoría de los miembros de las huestes se referían a sí mismos como “compañeros”, porque forma­ban la “compaña”; es decir, el grupo de socios de conquista. Estos compañeros, si bien lo eran circunstancialmente, se convenían en soldados even­tuales, pero tenían otros oficios, y definitivamente otras perspec­tivas fuera de la guerra.

Cuando Hernando Pizarro vino al Perú trajo consigo a una gran cantidad de criados, y escogió a su gente para facilitar la conquista y explotar los recursos. No contrató delincuentes.

  1. ¿Sin el aporte económico del virreinato peruano, la monar­quía española no hubiera so­brevivido?

Respuesta de Margarita Suárez

Falso. Si comenzamos hablando de los fondos fiscales, los ingresos de la Real Hacienda Imperial española del siglo XVI prove­nían, básicamente, de tres fuentes: Castilla, los Países Rajos y América. El aporte de las demás posesiones impe­riales era insignificante. Tal como han señalado varios his­toriadores hispanistas, la pro­porción del aporte de cada una de estas tres fuentes prin­cipales sufrió variaciones a tra­vés del tiempo. La economía castellana, principal fuente de ingresos, colapso en el último cuarto del siglo XVI; los Paí­ses Bajos pasaron de consti­tuir una sustanciosa entrada a ser un drenaje del erario y por último un continuo dolor de cabeza hasta su pérdida defi­nitiva en 1640. América, que a inicios del reinado de Felipe II contribuía con el 10% de los ingresos fiscales del imperio, fue aumentando paulatina­mente su contribución en tér­minos reales y proporciona­les. Sin embargo, en el siglo XVII la participación de Amé­rica, y por lo tanto del Perú, llegó a niveles críticos. Baste señalar que de los ingresos fis­cales de todo el Virreinato del Perú se remitieron a España sólo entre el 5 y el 13% de los mismos. El resto quedó en te­rritorio peruano. Con respec­to a las exportaciones priva­das sucedió algo similar. Por efecto del fraude, del contra­bando y del comercio directo se calcula que en la segunda mitad del siglo XVII España participó sólo del 20% de las ganancias del comercio atlán­tico. Decir, por tanto, que el Perú era la principal fuente de los fondos fiscales del imperio es un absurdo.

¿Fue el monopolio, política económica impuesta por Espa­ña a lo largo de la Colonia, lo que determinó que el Perú fue­ra un país dependiente?

Se suele pensar que mien­tras funcionó el sistema de ilo­tas y galeones para el comer­cio entre España y el Perú, existió el monopolio comer­cial, y viceversa. En realidad, sólo se puede hablar de “mo­nopolio” en el siglo XVI. Más adelante, la estructura de las relaciones mercantiles en el Atlántico quebró los paráme­tros dentro de los cuales se diseñó el exclusivismo, de tal modo que las ganancias de este comercio recayeron en manos americanas y europeas (no españolas). La insistencia en hablar de una sujeción co­mercial y financiera del Perú, así como de una “dependen­cia” económica más global, ha sido, en realidad, parte del aparato conceptual de la teoría de la dependencia, tan en boga en los años 70. Este, como lodos los modelos, sim­plifica la realidad histórica para hacerla encajar dentro de ciertos moldes teóricos. Lo cual no quiere decir, por su­puesto, que se esté negan­do aquí la realidad colonial. Sólo quiero enfatizar que las relaciones coloniales fueron bastante más complejas, y que todavía falta mucho para llegar a un “modelo” sa­tisfactorio.

  1. ¿La Inquisición en el Perú fue muy estricta: impuso casti­gos y torturas atroces, man­dó a la hoguera a miles de indios, negros o españoles. Omnipresente y todopodero­sa vigilaba la vida pública y privada de todos los miem­bros de la sociedad colonial?

Respuesta de Pedro Guibovich

Falso. La Inquisición constituye una de esas instituciones coloniales sobre las cuales todos tienen algo que decir, pero lamenta­blemente mucho de lo que se dice está muy distante de la verdad histórica. Uno de los autores que más ha contribui­do a crear esa imagen falsifi­cada del Santo Oficio, pero de dominio común, ha sido Ri­cardo Palma. En sus Anales de la Inquisición, obra aparecida inicialmente en 1860 y luego ampliada en posteriores edi­ciones, Palma ofrece un relato muy entretenido y cáustico de los reos, procesos y procedi­mientos inquisitoriales. Se tra­ta, como el propio autor lo dice, de una “tradición” más, es decir, de una obra literaria. Palma nunca la consideró una obra de historia. Para escribir­la, consultó un elenco variado de textos que incluían, entre otros, los relatos de viajeros como Amadeo Frezier, Jorge Juan, Antonio Ulloa y en es­pecial de Robert Stevenson.

Muchos acuden a los Ana­les de la Inquisición como si se tratase de un trabajo de in­vestigación, de una obra cien­tífica, sin preguntarse sobre la naturaleza de la misma. Ello genera errores. La muestra más clara de los equívocos a que puede conducir una lectura acrítica de la obra del tradicionista es el Museo de la Inqui­sición, cuyo montaje museo- gráfico (si se le puede llamar tal) está claramente inspirado en los Anales, y, por ende, en la obra de Stevenson.

Stevenson fue un viajero inglés que a inicios del XIX llegó a las costas de Chile en un barco que se dedicaba al contrabando. Apresado, fue remitido al Callao, donde du­rante sus meses de cautiverio aprendió el castellano. En 1808, ya libre, fue denunciado a la Inquisición por ciertas afir­maciones consideradas inmo­rales, y condenado a penas leves. Tras una errante y agita­da vida política por la Audien­cia de Quito, volvió a Lima y presenció la jura de la Consti­tución de 1812 y el saqueo del Tribunal de la Inquisición al año siguiente. Al respecto, su testimonio de esos convulsio­nados días es excepcional. No así su visión sobre el Santo Oficio que, como no podía ser de otra manera, revela una ima­ginación muy fecunda. A Ste­venson se debe la inverosí­mil historia del Cristo que pre­sidía la mesa de sesiones del tribunal y que con los movi­mientos de su cabeza sancio­naba o desaprobaba el fallo de los jueces. Del mismo au­tor proviene la descripción de ciertos tormentos aplicados a los reos (no documentados, por cieno) como el de la ca­misa de crin de caballo y el brasero para los pies. La obra del escritor inglés debe ser valorada principalmente des­de una perspectiva literaria.

Se me dirá por qué asigno tanta importancia al Museo de la Inquisición. La razón es sen­cilla: pienso que debe ser des­pués del de la Nación el más visitado en Lima. Yo volví el año pasado con un grupo de estudiantes de la Universidad Católica. Era un día de sema­na y había alrededor de 200 escolares a la espera de poder ingresar. El montaje museográfico carente de rigor documen­tal no hace sino retroalimentar la “leyenda negra” sobre el Santo Oficio, como lo hiciera la literatura liberal decimonó­nica. Esa imagen tiene enor­me éxito no sólo entre el pú­blico visitante sino también de la prensa escrita y televisiva Creo que incluso se ha filma do alguna película sobre el tema en ese local.

¿Cuál es entonces la real dimensión del Tribunal del Santo Oficio?

Por lo que he dicho se pue­de pensar que estoy asumien­do el rol de abogado del San­to Oficio. Esa no es mi inten­ción. El Tribunal estuvo le­jos de ser una suerte de sun resort; y los jueces, paradig­mas de probidad. La docu­mentación revela que el Santo Oficio, como otras institucio­nes coloniales, encubrió irre­gularidades procesales y que, a veces, su accionar estuvo condicionado por intereses personales.

Un lugar común, entre los varios que existen sobre el célebre Tribunal, está en afir­mar que fue una institución omnipresente; es decir, que ejerció un control muy estric­to sobre el conjunto de la so­ciedad de origen europeo o africano, que era sobre los únicos que tenía jurisdicción, ya que los indios se hallaban exentos. La Inquisición no fue ni una policía de seguridad ni un servicio de espionaje: fue un tribunal de justicia de composi­ción mixta, laica y eclesiástica, dependiente del Estado.

También se dice que el tor­mento se aplicaba indiscrimi­nadamente. La verdad es que se requería el fallo de la ma­yoría de jueces y consultores, acuerdo que no siempre se lo­graba. La hoguera, la máxima sanción, se dictó contra alrede­dor de 30 personas sobre un total de 450 condenados. Sería interesante una comparación con las penas capitales dicta­das por la Real Audiencia, el otro tribunal de justicia. 

  1. La sociedad colonial estuvo formada por un conjunto de grupos muy cerrados y está­ticos, que se mantuvieron así durante todo el virreinato.

Respuesta de José de la Puente Brunke

Falso. La legislación en principio, estable­ció el sistema de separación residencial, de acuerdo con el criterio de división en “re­pública de indios” y “repúbli­ca de españoles”. Se procura­ba, durante las primeras déca­das de la colonización, una separación de residencia en­tre españoles e indígenas a fin de evitar los abusos de los encomenderos. A propósito de ello hubo quejas de reli­giosos y letrados sobre las “malas costumbres” que trans­mitían los españoles a los in­dígenas. De tal manera que la creencia de que la sociedad colonial estaría dividida en “compartimentos estancos” podría fundamentarse en esa disposición legal.

Pero, evidentemente, lo que estuvo establecido en la legislación no fue lo que se vivió en la realidad, ya que hubo un permanente contac­to, no solamente entre espa­ñoles e indígenas, sino entre todos los sectores sociales, inclusive los otros grupos étnicos que participaron en la vida colonial peruana, corno, por ejemplo, la población de origen africano.

¿Cómo podríamos entender esa frase tan utilizada de que la ley en indias se obedece pero no se cumple?

Si se estudia la legislación es­pañola para América, vemos efectivamente que la ley mu­chas veces no se cumplía. Pero no se trataba sólo de un mero incumplimiento; debe tenerse en cuenta un punto importante y que habitual- mente no se destaca, como sí lo hace el doctor Víctor Tau en su libro La ley en América hispánica donde se explica que en la América colonial la ley, como fuente del derecho, no era tan importante como lo es para nosotros, ya que sólo a partir de la Ilustración y, posteriormente, del Po­sitivismo, la ley adquirió un papel preponderante como fuente del derecho. Sin em­bargo, en la América colonial la costumbre o la doctrina ju­rídica era fuente del derecho más importante que la ley, de manera que el incumplimien­to de la legislación debe ana­lizarse teniendo en cuenta esa situación.

Tampoco quiero decir con esto que incumplir la ley fuera algo bueno. Ocurría que mu­chas veces las autoridades o las personas en general se aco­gían a determinada doctrina jurídica o costumbre entonces vigente para no aceptar, es decir, para “acatar pero no cumplir”, como se decía en­tonces, y suplicar el cambio en la legislación. Es lo que se llamaba la suplicación de las leyes. Igualmente, debemos considerar los problemas de la distancia y el desconoci­miento de la realidad america­na por parte de muchas de las autoridades que desde Espa­ña expedían la legislación, ra­zones que muchas veces hi­cieron que ciertas normas fue­ran impracticables.

Junto con ello, juega un papel importante el afán de lucro de los conquistadores y de muchos funcionarios pú­blicos, que vieron en sus car­gos maneras más expeditivas de obtener ganancias econó­micas, con lo cual se dis­torsionó el verdadero sentido de la función pública.

¿Existieron casos de indivi­duos que por su pertenencia al grupo social debieron ser marginales, y que sin embar­go ocupan un lugar impor­tante en la sociedad o goza­ron de una situación econó­mica inmejorable?

Un caso podría ser el de los señores étnicos, los curacas; pero ellos no tenían un status marginal porque la propia le­gislación española procuró uti­lizarlos como puente entre la república de indios y la de españoles. Existen casos de curacas que se hispanizaron en exceso, explotando a su propio grupo étnico y convir­tiéndose en aliados de los en­comenderos o de los corregi­dores; hubo curacas que, en cambio, se mantuvieron como defensores de sus grupos ét­nicos, y otros, quizás más as­tutos en el fondo, que se pre­ocuparon por mantener siem­pre vigente esa doble autori­dad, la tradicional étnica y la española, que los colonizado­res le otorgaban. Estoy pen­sando en los estudios de Luis Miguel Glave respecto del curaca de Asillo en el Altipla­no, también en los estudios sobre las actitudes y la riqueza de los curacas, de Franklin Pease, donde, en efecto, apa­recen actitudes distintas. 

  1. La rebelión de Túpac Amaru fue el primer movimiento que buscó la Independencia del Perú.

Respuesta de Scarlett O’phelan

Falso. Túpac Amaru lo precede una serie de motines y alzamientos, y se puede decir que su rebe­lión articula este tipo de movi­mientos en un programa más amplio que da espacio a di­ferentes sectores sociales del período colonial y que articu­la el rechazo a las reformas borbónicas.

Con las reformas borbóni­cas se incrementó la alcabala del 4 al 6%, se amplió el tribu­to indígena a las “castas” y se crearon nuevos impuestos, tales como el impuesto sobre el aguardiente de 12%. Tam­bién se crearon nuevas adua­nas. En este contexto se pro­duce la gran rebelión de Tú­pac Amaru.

La historia tradicional, que se enseña en los textos esco­lares, presenta la rebelión de Túpac Amaru como un hecho aislado y no dentro del con­texto tanto de las reformas borbónicas como de la se­cuencia y acumulación de los movimientos anteriores que expresan la intranquilidad so­cial que se vivió en el siglo XVIII.

¿Qué otras reivindicaciones exigió Túpac Amaru a las au­toridades?

El programa de Túpac Ama­ru, aparte de manifestar su oposición a las reformas bor­bónicas, exigió que se sancio­nara a los malos corregidores que habían venido manipulan­do el reparto de mercancías. Asimismo, implementa, aun­que en forma secundaria, la agenda india de abolir tribu­tos y mitas. Es cierto que el tributo se declara abolido sólo temporalmente mientras dura la rebelión, pero el aspecto de la mita sí es una reivindica­ción importante. La elimina­ción de tributos y mitas desar­ticulaba el sistema colonial, pero esto pasa a un segundo plano. Son las reivindicaciones contra las reformasborbónicas las que desenca­denan la rebelión.

¿La rebelión de Túpac A ma­ní fue una rebelión popular?

Era menos “popular” de lo que se le ha asumido. Partici­paron indios del Alto Perú, así como, en un principio, mu­chos criollos. Se sabe también que Túpac Amaru contó con el apoyo de dos peninsulares casados con criollas. Esto se descubre cuando se analizan los juicios a los que fueron sometidos los inculpados por la rebelión. Una visión equili­brada es aquella en la que Túpac Amaru aparece como un líder que tuvo la capaci­dad de articular el Bajo y el Alto Perú en una rebelión sin precedentes que duró un año y mantuvo en jaque a las au­toridades coloniales.

  1. La influencia de las re­voluciones americana de 1776 y francesa de 1789 explica el surgimiento de una ideología reformista o separatista.

Respuesta de Pablo Macera

Al contestarle voy a lamentar que repita ideas que en pri­mer término no son exclusiva­mente mías, sino de otros his­toriadores; de otro lado esta conversación de algún modo evidencia para mí el fracaso de una comunicación adecua­da, acerca de lo que la inde­pendencia criolla sudamerica­na significó. Si una pregunta cómo esta resulta pertinente, se debe sin duda a que existe una imagen borrosa y hasta un desconcierto al respecto. De mi parte he procurado co­rregirlo proponiendo imáge­nes acerca de-esa revolución fracasada que fue la indepen­dencia imágenes que pudie­ran ser entendidas por jóve­nes estudiantes de la comuni­dad peruana, pero temo que sin mucho éxito, debido no tanto a los alumnos ni a los profesores sino a los poderes secretos que gobiernan el mundo editorial peruano.

Lo primero que podríamos indicar es que hay una posi­ción semioficialista muy anti­gua en el Perú que privilegia los factores externos, y adver­tir que esa posición instru­menta el derrotismo y el com­plejo de inferioridad en la población peruana. Como he dicho hace algunos días, a mí no me interesa mucho, por ejemplo, si en verdad la pri­mera estrofa del himno nacio­nal fue o no redactada efecti­vamente en 1821. Aun cuando así fuera, me parece una estrofa que debería ser elimi­nada por sus efectos antiedu­cativos y sobre todo porque es históricamente falsa, ya que la libertad no fue un regalo traído por los soldados chile­nos o argentinos ni por las tropas colombianas. La liber­tad fue conquistada duramen­te en el Perú, con una resis­tencia que empezó al día si­guiente de la captura de Atahualpa en Cajamarca. Una re­sistencia india a la cual -aun­que fuera con 200 años de retraso- se sumaron aquellos criollos que tuvieron el co­razón bien puesto, es decir los menos.

A pesar de esto, habría que contestar a su pregunta, para­dójicamente, con un sí y un no, y para ello tendríamos que diferenciar, como hemos he­cho numerosos historiado­res, entre dos tipos muy dife­rentes de revoluciones an­ticoloniales: los movimientos nativos y los movimientos criollos.

La independencia de los Estados Unidos y la de los países sudamericanos fueron operaciones realizadas por sus respectivos criollajes. Was­hington, Bolívar, San Martín eran los criollos que asumie­ron el rol anticolonial; por consiguiente, estos movimien­tos podrían ser comparados con los que pretendieron en algún momento los Pieds- noirs en Argelia y los blancos en Sudáfrica. Estos son movi­mientos que buscan la ruptu­ra con la metrópoli, pero que no pretenden necesariamente ni consiguen habitualmente romper y eliminar las relacio­nes internas de dependencia en favor del criollaje y contra las poblaciones nativas.

Al lado de estos movimien­tos criollos existen movimien­tos nativos de liberación. Mandela en Sudáfrica es un ejem­plo, lio Chi Min en Vietnam es otro, y en ese orden, histó­ricamente, podríamos incluir en nuestro caso a Juan Santos Atahualpa y al segundo Túpac Amaru.

Hubo también un tercer tipo integrador de liberación, igualmente frustrado en el Perú, en el cual de modo ex­cepcional hubo un puente entre los movimientos nativos y criollos de liberación. Este es el caso de Pumacahua, en que la presencia indígena se dio a través de él mismo, y la presencia criolla y mestiza a través de los hermanos Angulo, Béjar y otros más.

Al igual que muchos, siem­pre me he preguntado qué clase de país habría resultado y qué clase de Perú tendría­mos hoy si cualquiera de esos movimientos hubiera triunfa­do. Si la capital del Perú estu­viese en la sierra, como la tie­ne Ecuador; y si las clases gobernantes y dominantes en el Perú fueran efectivamente mestizas e indígenas. En esta aventura de imaginación, es­toy convencido de que ni si­quiera hubiese ocurrido la guerra con Chile, y que de haber ocurrido la habríamos ganado, porque la guerra con Chile fue im test al movimien­to de liberación criolla, fue la demostración de que la repú­blica hecha por los criollos (que durante 25 años vivió del excremento de los pájaros) no valía para nada, ni siquiera para defenderse a sí misma. Es la prueba de que habían construido una sociedad tan injusta, que por injusta resul­taba ineficaz en la defensa hasta de sus propios intereses. Pues bien, a esta revolución criolla sí correspondía un es­trecho vínculo con la ideolo­gía externa. De hecho, las pro­puestas ideológicas de los criollos sudamericanos en ge­neral. Y por consiguiente de los peruanos, no eran sino re­peticiones y adaptaciones de las ideologías en curso en el útero europeo; y se da así el caso que podríamos afirmar que las revoluciones política­mente anticoloniales norte y sudamericanas eran ideológi­camente coloniales, puesto que su pensamiento no entrañaba novedad ni supera­ción con respecto a los mode­los coloniales europeos.

¿Cómo impactaron las ideas de la Ilustración en los pensadores peruanos de fines del siglo XVIII y qué efectos tu­vieran sus ideas en la socie­dad?

Como lo acabo de decir, creo que fue una simple repetición de las ideas de la Ilustración y del primer liberalismo y que esas ideas no tuvieron ningún impacto o un impacto mínimo en la realidad social; queda­ron consignadas exclusiva­mente en el aparato normati­vo y legal, en la fraseología política, pero no modificaron la realidad.

  1. La independencia en 1821 fue producto del conjunto de ideas y aportes bélicos exclu­sivamente peruanos, surgi­dos de un profundo sentimien­to patriótico.

Respuesta de Susana Aldana

No se puede afirmar, de una ma­nera tan terminante, que la independencia tuvo un origen netamente peruano; menos aun tratándose de un tema que es fundamental en tanto que se trata del momento fundacional del país como re­pública.

Hasta los años 40 ó 50 se entiende al Perú de una forma determinada. Es la época de la importancia de los grandes personajes, de los grandes hechos e hitos que marcan la historia. Por ello uno encuen­tra un proceso de indepen­dencia donde lo importante son las personas, ideólogos y próceres; también las grandes fechas, como el 28 de julio de 1821, la toma del castillo del Callao, las batallas de Junín y Ayacucho en 1824.

Después, en los años 60 o 70 irrumpe la masa en la in­vestigación histórica. Los sec­tores populares son vistos por los historiadores como sujetos sociales; ya no se buscan per­sonajes, incluso se les recha­za, porque se piensa que la verdadera historia del Perú era la realizada por gente anóni­ma dirigida por esos ideólo­gos. Paralelamente, el gobier­no militar del general Velasco busca legitimarse y apoya la Colección Documental del Bi- centenario de la Revolución Emancipadora de Túpac Amaru, como un intento por crear un personaje arque- típico. Con esto no quiero negar la importancia del mo­vimiento de Túpac Amaru en 1780, sólo señalar el hecho a manera de ejemplo sobre cómo se puede ir creando y legitimando los momentos.

Contra esta visión aparece en 1970 el libro la Indepen­dencia en el Perú, de Heraclio Bonilla y Karen Spalding, en el que señalan la idea de “in­dependencia concedida” por­que el Perú fue el último en independizarse y para ello necesitó de ejércitos extranje­ros. Este libro causó un gran revuelo ya que discutía tanto la visión tradicional como la del gobierno militar.

Cuando las aguas comien­zan a calmarse hacia media­dos de los 70, y sobre todo en los 80, surge la figura de Al­berto Flores Galindo, quien afirma que la idea de la “inde­pendencia concedida” era un mito, porque hubo participa­ción activa de los peruanos.

¿Cuál es la posición actual respecto de este tema?

No es posible encontrar el equilibrio, porque cada uno responde a su época, y nues­tra época se caracteriza por buscar la conciliación. Las nuevas tendencias reflejan eso. Por un lado se reconoce la ayuda que viene desde afue­ra, pero por otro latir) el apo­yo interno es importante, porque si no se hubieran unido ambos no se habría consegui­do la independencia. Con esta explicación se evitan los jui­cios o los prejuicios, se recu­pera como importante al per­sonaje pero sin olvidar que también actuó la masa. Se re­conoce la actuación de secto­res populares y de sectores más privilegiados en la lucha por la independencia como un modo de encontrar lo que para nosotros es un justo equi­librio.

Pertenecemos a una gene­ración que está bamboleándo­se entre una determinada ideología y otra, y eso se refle­ja en nuestros estudios; por ello estamos buscando la con­ciliación. Tratamos de ser sincréticos y no simplemente mezclar lodo; intentamos un balance, sin pensar que so­mos malos porque abandona­mos la Colonia, o porque nos demoramos en ser indepen­dientes; o que somos buenos porque nos mantuvimos bajo la Colonia cuando todo el mundo abandonaba el barco. Esa no es la idea. Se trata de ser “objetivo” analizando el pasado desde la perspectiva de nuestro presente. 

  1. La abolición de la esclavitud se debió única y exclusiva­mente al genio estadista de Ramón Castilla.

Respuesta de Carlos Aguirre

Falso. Hace poco más de 140 años el presi­dente Ramón Castilla decretó la abolición de la esclavitud en el Perú. Desde entonces la medida pasó a formar parte de la lista de sus “obras”. Los autores de los textos escola­res, con pocas excepciones, recogieron acríticamente esta simplista versión que atribuye la culminación de un comple­jo proceso político, social y económico al “genio” del esta­dista Castilla. Se difundió así una imagen de la historia se­gún la cual los cambios y transformaciones importantes son siempre resultado de me­didas políticas decididas y aplicadas “desde arriba”, en cuya gestación las clases do­minadas, por lo general, no desempeñan ningún papel. Pero hay algo más: está limita­da visión ha contribuido tam­bién y en no poca medida, a perpetuar los prejuicios con­tra la población negra en el Perú. Incapaces de luchar por sus derechos, fue necesario que alguien les otorgase la li­bertad. De allí surge la frase “Castilla libertó a los negros”.

¿Cómo debe entenderse el proceso que dio origen a esa medida legal? ¿Por qué apare­ce como viable en esa época?

En primer lugar, las accio­nes e iniciativas de los pro­pios esclavos fueron un factor decisivo en el proceso que condujo a la abolición de la esclavitud en el Perú. Y en segundo lugar, ni Castilla, ni su gobierno, ni la sociedad do­minante de entonces asumie­ron ningún compromiso “real” con la condición de los escla­vos. Por el contrario, aparte de beneficiarse del botín que el Estado puso a disposición de los propietarios, vía la ma­numisión, hicieron todo lo posible para mantenerlos en una condición subordinada y marginal. El libertador Casti­lla, después de todo, también fue propietario de esclavos.

En años recientes, el pro­ceso de liberación llamó la atención de los historiadores, quienes han procurado hacer justicia a los incansables es­fuerzos que desplegaron los esclavos por poner límites al poder de los amos, por ex­pandir sus horizontes de li­bertad y autonomía y, en úl­tima instancia, por poner fin a los horrores de la esclavi­tud. Acciones individuales y colectivas como el cimarronaje, el litigio judicial, el tra­bajo independiente como jor­naleros, la participación en protestas, motines y fugas masivas, la consolidación de relaciones familiares estables, el esfuerzo colectivo por comprar su libertad, etc. han sido profusamente documen­tadas.

De no menor importancia es el impacto que tales accio­nes tuvieron sobre los meca­nismos de control ejercidos por los amos, sobre la viabili­dad económica y política de la esclavitud y, finalmente, sobre la decisión del gobierno de Castilla para decretar la abolición de una institución que hacia 1854 aparecía debi­litada y erosionada desde adentro. Todo ello, por su­puesto, no niega el impacto de otros factores en el proce­so de desintegración de la es­clavitud, tales como la liqui­dación de la trata negrera, el nuevo escenario ideológico nacional e internacional, los problemas asociados a la ren­tabilidad agraria de la esclavi­tud, entre otros.

  1. El Perú perdió la guerra con Chile porque Bolivia, nues­tro aliado, se retiró de la contienda.

Respuesta de Nelson Manrique
Falso. El retiro de Boli­via, el apoyo que recibió Chile de Inglaterra, la situación de nuestra fuerza bélica, son algunas de las ra­zones con las que se ha inten­tado explicar nuestra derrota. En realidad, sólo la explican parcialmente.

Existía una coincidencia ideológica en el libre cambio entre Chile e Inglaterra, lo que llevó a que este país estuviera interesado en la suerte de Chile. Manuel Pardo también tenía ideas librecambistas pero la crisis peruana lo obligó a replantear su política al punto de nacionalizar el salitre. Boli­via abandonó la guerra luego de la batalla de Tacna en mayo desde 1880 y pasó a preocuparse por la solución de sus conflic­tos internos. De allí en adelan­te no combatió un solo boliviano en la contienda, y el enfrentamiento entre Perú y Chi­le continúa hasta agosto de 1884.

En cuanto al armamento, Chile se venía preparando para una guerra y se había ido abasteciendo de un arsenal muy moderno. La guerra de 1879 fue el laboratorio donde las grandes potencias experi­mentaron las nuevas tecnolo­gías bélicas. La armada de Chile en esa época era supe­rior a la de Estados Unidos; con los acorazados Blanco Encalada y Cochrane acabó con la etapa de los monitores y Estados Unidos tuvo que cambiar su flota y su produc­ción por los acorazados. So­bre la artillería, Chile tenía los cañones Krupp y para la toma de Lima (enero de 1881) utili­zó cañones de los años 1879- 80, es decir del año. El ejército chileno estaba armado con un solo tipo de fusil, el Comblain, mientras que el Perú emplea­ba cañones de varios modelos y ocho tipos de fusiles diferen­tes. Pardo, el primer presiden­te civil peruano, buscó debili­tar el poder militar reduciendo el presupuesto de las fuerzas armadas y creando una guar­dia nacional para contrapesar­las. Durante su gobierno fue suprimido el préstamo aproba­do para la compra de un aco­razado, como medio de afron­tar las dificultades fiscales.

De otro lado, hay quienes intentan explicar los aconteci­mientos como producto de las maquinaciones de Estados Unidos sobre el Perú, y de Inglaterra sobre Chile.

En realidad, el conflicto tie­ne básicamente causas inter­nas que no se explican lo su­ficiente y por ello no se puede responder a la pregunta de por qué Chile ganó la guerra.

El país del sur tiene 6 pre­sidentes desde 1831 hasta la guerra y ningún golpe de Es­tado; el primero ocurre en 1890 cuando se depone a Balmaceda. Chile pudo darse el lujo de realizar la transferen­cia democrática de su gobier­no, con cuatro candidatos y en plena guerra, cuando Lima estaba ya ocupada. Tenía una burguesía pujante con un pro­yecto nacional, pera carecía de recursos. A todo esto se debe agregar que Chile era una sociedad étnicamente uni­forme, sin mayores diferencias raciales.

En el Perú, el período pro­medio de gobierno de cada Presidente en esta época fue de un semestre, y en Bolivia menor aún. Ambos países ca­recían de una clase dirigente. Bolivia tenía recursos salitreros pero no una burguesía que los explotara conscientemen­te; el Perú estaba fragmentado y vivía muchos conflictos in­ternos. Su burguesía se sentía heredera de los antiguos privi­legios de las altas clases colo­niales, y consideraba que el indio no formaba parte de la sociedad peruana. La inco­municación es una de las razo­nes de la fragmentación de la sociedad. Sólo algunos pensa­dores radicales creían que los indios podían incorporarse a la nación, previa redención.

Como se ve, se trata de un conjunto complejo de razo­nes que debe ser considera­do para explicar la guerra y nuestra derrota. Aislarlas im­plica caer en un peligroso reduccionismo.

  1. El Indio es el principal proble­ma del Perú.

Respuesta de  Natalia Majluf

Falso. El indigenismo centro debates en el “hombre andino”, idealizando las comunidades campesinas de la sierra. Cuando los habitantes de la sierra y otros grupos de provincias se trasladan pasivamente a Urna, ya no pertenecen, por lo menos dentro del imaginario colectivo, a ese “mundo andino” idealizado. Yo creo que es evidente que el “indio” en sí ya no se percibe como el principal “problema” de la nación. Los historiadores no han profundizado aún en la historia de la segunda mitad de este siglo [XX]. Al llegar a esa época los textos escolares presentan información muy esquemática, poco analítica. No creo que la reproducción de esas imágenes fiase todavía por los libros de historia. Sería más importante revisar lo que se presenta en los medios de prensa, en la literatura, el cine y el discurso político.

¿Cómo explica las percep­ciones tan opuestas del indio peruano a quien se le atribu­yen los defectos de “holgazán, bruto, mentiroso con tenden­cia al alcoholismo, mal desarre­glo de costumbres”, o, por el contrario, “trabajador, vícti­ma de la explotación, puro y de alma noble”?

Estos estereotipos existie­ron desde inicios de la Colo­nia. Lo interesante es que si nos fijamos en otros contextos donde un grupo humano do­mina a otro que se considera distinto, el caso de los ingle­ses en la India por ejemplo, encontramos imágenes simila­res. En el siglo XIX recrude­cen estos estereotipos, porque se ponen al servicio de un Estado paternalista. Sin em­bargo, es un error pensar que existen dos tendencias clara­mente diferenciadas. En una sociedad dominada por el ra­cismo no se puede escapar tan fácilmente a ciertos prejui­cios. Por ejemplo, fueron pre­cisamente los “indigenistas” del XIX los que más contribu­yeron a reproducir los este­reotipos que mencionas. Du­rante el siglo XX se crearon otras imágenes que, si bien intentaban exaltar al “mundo andino”, tuvieron consecuen­cias nocivas. Lo que nos en­seña la historia del indigenis­mo en el Perú es que no siem­pre basta tener buenas inten­ciones.

¿Han cambiado estos este­reotipos?

Creo que algunos han ido desapareciendo pero esto no quiere decir que haya ocurri­do lo mismo con el racismo; simplemente se manifiesta de otras maneras, más sutiles; pero también más difíciles de enfrentar. El problema está en que el tema del racismo en el Perú ha sido casi siempre tratado por sociólogos y no por historiadores. En la histo­riografía tradicional de la Re­pública, el indio ni siquiera aparece como actor; luego surge, paternalistamente, como un ser que debe ser re­dimido o que ciertos grupos reivindican. Desde los años 70 ha habido una tendencia por estudiar las rebeliones indíge­nas y los modos de resistencia en el mundo andino, pero es­tas aproximaciones se preocu­pan más por ver las comuni­dades “desde adentro” que por reflexionar sobre la forma en que se crean imágenes sobre ellas. La historiografía perua­na tan centrada en temas eco­nómicos y políticos ha dejado de lado el análisis de los dis­cursos, no ha confrontado di­rectamente las formas en que se reproducen imágenes colec­tivas y se forjan subjetividades. Por ejemplo, los historiadores suelen ignorar el desarrollo de la pintura y de la literatura, como si esos temas estuvieran al margen de la historia. Los historiadores debemos perder el temor de cruzar fronteras disciplinarias y, sobre todo, de­bemos crear nuevos temas, hacer otras preguntas.

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