Consideraciones básicas para escribir la historia de las mujeres

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En esta oportunidad pretendo aproximarme a las premisas básicas sobre la historia de género, donde la relación hombre y mujer se ha relacionado en una oposición binaria de dominante/subordinado, que ha sido moldeado a través de la regulación de la sexualidad mediante las relaciones de poder de una sociedad patriarcal y androcéntrica.

Michel Perrot, en Mi historia de las mujeres, nos muestra el panorama que lo tocó vivir en Francia, en torno a la reivindicación del segundo sexo. A partir de una pregunta intrigadora: ¿las mujeres tienen historia? generó todo un movimiento feminista que tuvo repercusiones mundiales que reformularon los paradigmas de las Ciencias Sociales. Así los enfoques orientados sobre la historia de las mujeres surgieron en U.K. y en EE.UU. en la década de 1960 y en Francia, una década después, con publicaciones como El caballero, la mujer y elcura de George Duby; la colección de Historia de la vida priva, de Duby y PhilippeAriés; Historia de la sexualidad de Michel Foucault. Asimismo, la «Nueva Historia» de la tercera generación de Escuela de los Annales multiplicó sus objetos de estudio en función a las mujeres.[1] Empezó por una historia de las mujeres victimas para llegar a una historia de las mujeres activas, en las múltiples interacciones de cambio; inició con una historia propia de las mujeres para convertirse en una historia del género, que insiste sobre las relaciones entre los sexo e integra la masculinidad, cuya perspectiva se extendió a lo espacial, cultural y religioso.

Podemos notar una gran dificultad al escribir la historia de las mujeres. Perrot señala que,lamentablemente, que la presencia de fuentes suelen estar tachados, borrados o destruidos sus archivos. Mediante el matrimonio las mujeres francesas perdían su nombre, por ende, suele difícil reconstruir linajes femeninos. Además, la destrucción de fuentes es social y selectiva, puesto que sólo se conservan documentos de hombres y no de mujeres —hasta ellas mismas las eliminan.[2] Esto ocasiona que, a menudo,  la historia de las mujeres se escriba a partir de las imágenes y discursos que tiene el hombre sobre ellas. Sin embargo, los archivos policiales y judiciales  nos pueden ofrecer una visión más directa de las mujeres que deben ser contrastadas con las fuentes escritas por hombres.

 En la investigación de Perrot se puede reconocer que la vida de las mujeres cambia conforme avanza la Revolución Industrial, ocupando empleos —en las que son valoradas, como en la industria textil— que le permiten percibir un salario con que obtener un grado de autonomía. Asimismo, el siglo XIX marca una integración progresiva en la sociedad de las comediantes, actrices, cantantes y bailarinas, que provenían, a menudo, de los medios populares y pobres. Después de la Segunda Guerra Mundial, la enseñanza escolar se convirtió en un sector ampliamente feminizado.

Pierre Bourdieu, nos presenta una visión impuesta de la Dominación Masculina que no requiere justificación porque se ejerce por tradición que se expresa en discursos, refranes, proverbios, cantos, poemas o en representaciones gráficas.[3]La división binaria entre hombre y mujer  parece ser natural, dado que se encuentra inscrita en divisiones del mundo social bajo las relaciones de dominio y explotación que se han instituido entre los sexos. Las mujeres están vinculadas a las tareas domesticas, en un espacio privado y oculto, mientras que los hombres están asociados a tareas públicas, a los exterior, donde se arrogan todos los actos intelectuales y espectaculares.

Se puede observar que la somatización obedece a un programa social naturalizado que instituye la diferencia entre los sexos biológicos conforme a los principios de una visión mítica del mundo, donde la fuerza que lo ejerce, consiste en imprimir en cada cuerpo sexual su identidad social históricamente construida.[4]Para el autor estas prescripciones sociales o políticas no se imponen directamente a cada ser sexuado sino que son asumidas sin que las perciban fácilmente. Esto se manifiesta cuando las mujeres ante los hombres se sienten menos en atribuirse competencias legítimas, esperando que el otro loadquiera.

Las hipótesis que Foucault despliega en su libro Historia de la Sexualidad rompe con la concepción psicoanalista de la sexualidad con el esquema del control y censura por medio de la represión y la ley de la burguesía; introduce el ejercicio del poder como principal modificador. Para Foucault el poder no es represivo sino productor.[5] Es decir, el poder es generador de discursos, saberes, deberes, derechos, placeres, concepciones, etc. que prescriben las reglas del sexo.

El poder de vida y muerte derivo del derecho del soberano de “hacer” morir y de “dejar” vivir, y es, ante todo, derecho de captación: de las cosas, del tiempo, los cuerpos y la vida, que culmina en el privilegio de apoderarse de la vida para suprimirla. El poder reside y se ejerce en la vida, la especie, la raza, los fenómenos masivos de población. Se mata legítimamente a quienes significan para los demás, un peligro biológico.  Durante mucho tiempo la sangre continuó siendo un elemento importante en los mecanismos del poder, en sus manifestaciones y sus rituales.[6]

La teoría general del sexo se formó a partir de las líneas de ataque de la política del sexo.  La idea de “sexo” es erigida por el dispositivo de la sexualidad en cuatro formas definidas: histeria, onanismo, fetichismo y coito interrumpido. El sexo se somete a un juego de todo/parte, principio/carencia, ausencia/presencia, exceso/deficiencia, función/instinto, finalidad/sentido, realidad/placer, donde la noción de sexo permite agrupar elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones, placeres, haciéndolo causa de esa unidad ficticia.[7] Asimismo las tecnologías políticas invaden el cuerpo, la salud, la manera de alimentarse y alojarse, las condiciones de vida, el espacio entero de la existencia, donde la ley tiene a la muerte como arma por excelencia. La vida como objeto político fue tomada al pie de la letra y vuelta contra el sistema que pretendía controlar.

Ana Lucía Villarreal, en su artículo Relaciones de poder en la sociedad patriarcal, coincide con Foucault, al  decir que quienes participan en las relaciones del poder no carecen de él, que tanto dominador como subordinado poseen poderes; pero critica aFoucault de no especificar cómo inciden estos poderes en las relaciones, puesto que se pueden estar distorsionando el estudio de las relaciones de poder.[8] Para la autora, las relaciones de poder implican dependencia de quienes participan, porque están obligados a relacionarse entre sí, unos poseen lo que otros no tienen.[9] Por lo tanto, sin las relaciones de dependencia la relación de poder no existe, dado que requiere de la satisfacción recíproca de necesidades o deseos.

El problema de la sociedad, anota la autora, radica en no considerar que las actividades que realizan las mujeres sean históricas o trascendentales; al contrario, se las estereotipa como instinto, amor, entrega, cuidados naturales o labores propias de su sexo. Ella sostiene que las mujeres poseen un poder oculto, el cual es contraparte delo poder de dominación genérica, y tiene su limitación de no contar con la legitimación del reconocimiento social, y plantea que uno de los retos feminismo es profundizar cómo opera este poder oculto y sacarlo de la invisibilidad para promover su desarrollo,[10] superando el modelo bipolar de la pareja, concebida sobre la base de una relación jerárquica, en función a la cooperación, interdependencia, valoración, en torno a una sociedad más flexible y democrática con igualdad de oportunidades.

A modo de conclusión, podemos inferir que escribir la historia de las mujeres no solo implica la contrastación de la visión androcéntrica en torno a ellas, sino también de las relaciones de poder que ejercen sobre el hombre, del cual la mujer ha contribuido asu inadvertencia. Si la mujer es percibida únicamente desde la clásica óptica de la subordinación se le estará negando su poder de interacción, ya sea como esposa, madre, hija o incluso como objeto sexual. Por ende, antes de problematizarnos ¿cómo vivían o eran percibidas las mujeres? debemos preguntarnos ¿cómo expresaban ellas sus relaciones de poder sobre el otro sexo? y ¿por qué el interés obsesivo de los hombresen minimizar el poder de las mujeres? Es obvio que la sociedad no vio a las mujeres como seres inofensivos sino que constituían una amenaza latente que habría de suprimir partiendo desde el propio reconocimiento de inferioridad de ellas mismas. Considerando prioritariamente estas premisas podremos realizar una investigaciónmás constructiva, democrática y horizontal en las relaciones de género.

Citas:

[1]  Michell Perrot, Mi historia de las mujeres. Buenos Aires: FCE, 2009, p. 13.

[2]  Michell Perrot, óp. cit., 15.

[3]  Pierre Bourdieu, La dominación masculina. p. 5.

[4]  Ídem., p. 11.

[5]  Michel Foucault, Historia de la sexualidad: la voluntad del saber. Tomo I. Madrid: Siglo XXI, 1998, p. 56

[6]   Ídem., p. 88

[7]   Ídem., p. 92

[8]   Ana Lucía Villarreal, «Relaciones de poder en la sociedad patriarcal». Actualidades Investigativas en Educación. San José, Costa Rica: Universidad de Costa Rica, 2001, p. 5.

[9]  Ídem., p. 6.

[10] Ídem., p. 10.

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