Inmigración y tráfico de chinos a Perú

La inmigración china al territorio peruano se remonta a la época temprana del Virreinato. En el “Padron de los Indios que se hallaron en la Ciudad de los Reyes del Piru” (1613) hecho por comisión del virrey Juan de Mendoza y Luna, III Marqués de Montesclaros, informa la presencia de población procedente de Asia en un total de 114 individuos: 38 “indios de la China”, 56 “indios de la india de Portugal” (colonia portuguesa) y 20 “indios del Xapon”.[1] Esto demuestra que Lima fue una ciudad cosmopolita desde sus primeras décadas.

En el Perú republicano, la inmigración china fue parte de una política estatal que el Congreso decretó el 17 de noviembre de 1849, mediante la Ley de Inmigración, que permitía el ingreso de asiáticos y especialmente europeos, que respondió a la crisis de la agricultura por la falta de trabajadores. El primer tráfico de trabajadores chinos a Perú se produjo previamente el 15 de octubre de 1849, cuando arribaron al puerto del Callao 75 chinos, transportados en el barco danés Frederick Wilhelm contratados por los hacendados Domingo Elías y Juan Rodríguez, quienes con éxito los vendieron.[2] A partir de entonces, la inmigración se convirtió en una solución para la escasez de trabajadores en las haciendas costeñas, debido a la abolición de la esclavitud en 1854; pero a su vez, facilitó el tráfico ilegal de personas y a innumerables maltratos por los peones. A pesar de que la inmigración asiática fue derogada por Ramón Castilla en 1856, la necesidad de mano de obra obligó al Congreso a reimplantarla en 1861.[3]

Los trabajadores chinos o culíes,[4] la gran mayoría procedentes de Cantón, eran embarcados en Macao, provincia china bajo dominio portugués, y atravesaban el océano en un viaje que duraba aproximadamente 120 días para llegar a Perú, en la cual habían decenas de muertos por malas condiciones de salubridad. Desde 1849 hasta 1874, año en que se suspendió el tráfico, la inmigración china se constituyó en la población más numerosa que fue traída para trabajar en la extracción del guano, en las haciendas costeñas productoras de azúcar y algodón y en la construcción de ferrocarriles.[5]

Flujo migratorio de chinos llegados a Perú, 1849-1874

Fuente: Humberto Rodríguez (2001)

El mecanismo frecuente para aprovechar la fuerza de trabajo de los chinos era el “enganche”, en el cual el contratista o “enganchador” ofrecía dinero por anticipado al trabajador o “enganchado” a fin de que lo retribuya con su fuerza de trabajo y se someta a la voluntad del capitalista o terrateniente por un periodo común de 8 años. Pero en su vida laboral, el trabajador contraía fuertes deudas al adquirir servicios y productos de la empresa, obligándolo a permanecer más tiempo. También era común que el pago no se realizara con dinero real sino con fichas o vales que sólo servían dentro de la empresa, con el objetivo de impedir el abandono del lugar de trabajo. Los chinos vivían en condición de semiesclavos y, ante la sobreexplotación, varios de ellos respondieron con acciones de huida (cimarronaje), suicidio, asesinato y revuelta.

Trabajadores chinos en el departamento de La Libertad

El censo de 1876 permite saber la cantidad de chinos en el territorio peruano. El total de chinos era de 49 956, siendo el departamento de La Libertad (8 816) el segundo foco de concentración china luego de Lima (24 298). En La Libertad, las provincias costeñas de Trujillo (68.7 %) y Pacasmayo (30.8 %) concentraron la mayor cantidad de culíes respecto a las provincias serranas.

Población del departamento de La Libertad según censo de 1876

Provincias Chinos Indios Otras razas* Totales
Huamachuco 12 13,062 26,753 39,827
Otuzco 9 8,773 21,156 29,938
Pataz 18 19,763 9,463 29,244
Pacasmayo 2,720 5,637 7,411 15,768
Trujillo 6,057 10,622 15,880 32,559
Totales 8,816 57,857 80,663 147,336

* Incluye “raza” blanca, negra y mestizos | Fuente: Humberto Rodríguez (2001)

Los hacendados norteños estuvieron satisfechos de contar con la mano de obra china desde comienzos de la migración. Según Humberto Rodríguez, en la década de 1870, la exportación de azúcar había superado a la del algodón, que se encontraba en declive; por tal motivo la caña de azúcar se convirtió en la base del gran cultivo industrial del país. Por esos años, casi todos los fundos y haciendas del valle Chicama contaban con chinos para las labores agrícolas, dado que los latifundistas eran grandes compradores de su fuerza de trabajo. Del total de chinos (3,860) de Chicama que trabajaban en 1876, el 55% (2,125) lo hacían bajo el contrato de 6 de los latifundistas (Fernando Soria, Augusto Cabala, Julio Pflucker, Luis Albrecht, Guillermo Alzamora y los hermanos Larco Bruno) que poseían el 53 % (1,130.43 hectáreas) del total de terrenos agrícolas (2,149.11 hectáreas) destinados a la caña de azúcar en el valle.[6]

N° de chinos por fundos y haciendas del valle Chicama, La Libertad, 1876

1 fanega = 0.645 hectáreas | Fuente: El Comercio 1876 citado por Humberto Rodríguez (2001)

Pocos meses antes del cierre del tráfico chinesco, de los 3 378 culíes que fueron traídos por embarcaciones al puerto del Callao en el año 1874, el 39 % (1 327) de inmigrantes fueron destinados a los departamentos de La Libertad (710) y Lambayeque (617) y el 61 % al resto del país (2 051). Esto demuestra la gran importancia de las haciendas norteñas en cuanto a las posibilidades de mandar traer y poder comprar más chinos para sus industrias y negocios: 1 288 chinos para agricultura, 12 para minería, 24 para panadería y 3 para servicio doméstico.[7] A nivel general, los departamentos de Ica y La Libertad fueron los mayores focos de concentración de chinos después de Lima.

Chinos culíes cortando caña de azúcar. Finales del siglo XIX. Imagen: Benjamín Hernández

Chino con grilletes en los pies. Hacienda Chicamita. Año 1900. Foto: Courret

Comunidad china en la ciudad de Trujillo

Los chinos que terminaban su contrato laboral estaban convencidos que para mejorar su futuro debían alejarse de las haciendas y latifundios para incorporarse a los pueblos y ciudades. Sin embargo, no faltaron chinos que al quedar en libertad se dedicaron a “enganchar” en las haciendas a sus compatriotas u otros campesinos, para recibir un porcentaje de sus salarios. Al llegar a los pueblos, los chinos fueron rápidamente marginados por la población. El migrante chino fue estigmatizado de pagano, atrasado, sucio y bárbaro; por ello ocupo el nivel más inferior de la escala social. Pero poco a poco demostraron a sus detractores que con ingenio, esfuerzo y perseverancia lograrían prosperar y ganar reputación en una sociedad jerárquica y excluyente.

La capacidad de adaptación del migrante chino a la vida urbana permitió su identificación como una comunidad. El proceso de inserción no se limitó a lo cultural, sino que también comprendió el aspecto biológico. Como no había mujeres asiáticas, las alianzas matrimoniales entre chinos y mujeres serranas o de rasgos andinos era frecuente, puesto que como dijo Middendorf: «las costeñas rara vez están dispuestas a contraer matrimonio con los hijos del Celeste Imperio».[8] Este es el caso del chino Chon Pen Kuan casado con Guillermina Gonzales (natural de Malabrigo) en 1896, con quien tuvo 7 hijas y 3 hijos.[9]

Los asiáticos se centraron en actividades comerciales y fueron vistos como invasores por los comerciantes indígenas y afrodescendientes; pero los chinos incluyeron actividades que pocos querían hacer por ser considerados de ínfima categoría. Ante el poco personal para la limpieza de las acequias y el estanque de la ciudad de Trujillo, los chinos se ofrecieron a suplir esa necesidad. Luego aprovecharon aquello para vender agua a domicilio en las casas, incluso algunos pidieron licencia al cabildo para tener un puesto fijo cerca del mercado.[10] No contentos con vender agua, también iban ofreciendo otros artículos, como cuchillos, tijeras, navajas, cortaplumas, etc.[11] Los afrodescendientes sintieron gran antipatía y una competencia deshonesta respecto a los chinos porque éstos hacían trabajos por poco dinero, dejándolos sin empleo.

Las pulperías —o tiendas que venden artículos de uso cotidiano, principalmente comestibles—, también fue un negocio atractivo para los chinos, quienes procuraban ubicar estratégicamente sus puestos en las esquinas de las principales calles de la ciudad, compitiendo con los indígenas y mestizos. Pero lo que diferenció notablemente a las pulperías chinas era la diversidad de productos que ofrecían, ganando así más popularidad.

Existió una fuerte tendencia de los chinos para dedicarse a las fondas (puesto donde se despachan comidas y bebidas), que en el siglo XX serán conocidas como “chifas”. Esta inclinación por trabajar abasteciendo productos o como cocineros fue motivado por realizar esta actividad en las haciendas donde trabajaban. Los aportes de la culinaria china adaptada a la mesa y gustos peruanos tuvieron gran aceptación entre sus comensales, rápidamente. Cuando el diplomático George Squier llega a la ciudad de Trujillo en la década de 1860, come en una fonda administrada por una asociación de chinos, y expresa que: «La cocina era buena y los alimentos variados y bien servidos. En conjunto, la fonda china no tenía nada que envidiar a ninguno de los así llamados hoteles que encontré en el país fuera de Lima».[12] El mismo elogio lo manifestó Ernst Middendorf, en Malabrigo por los años 1880,  al opinar que: «Los chinos indudablemente son la providencia de quienes viajan por el interior del Perú».[13] Los chinos sembraron en los peruanos el gusto excesivo por el arroz, que acompaña a la mayoría de los platos nacionales y no hay día que un habitante costeño la deje de comer.

La sabiduría china también se hiso presente en la medicina. Los chinos establecieron sus herbolarios, que eran tiendas donde vendían hierbas y plantas medicinales, aun cuando carecían de alguna preparación profesional. Según Cesilia Sanchéz, los chinos se valían de una propaganda exagerada para promocionar sus medicamentos como infalibles y capaces de curar todo tipo de enfermedades, como se pueden observar en los anuncios del diario La Industria. Por ejemplo, la propaganda del herbolario Enrique F. Chang decía: «tener un surtido de hierbas medicinales, traídas recientemente de la China para combatir varias enfermedades por crónicas que sean».[14] El poder curar a varios enfermos les permitió ganar cierto prestigio en alguno sectores sociales; pero no conformes con ello, abrieron boticas importando medicamentos de China y así enfrentar a sus competidores, incluso salían a otras ciudades a ofrecer sus productos.

Mercado laboral de inmigrantes chinos en Trujillo, 1900-1910

Fuente: Cesilia Sánchez (2014)
Los chinos jugaron con la oferta y la demanda en un mercado muy competitivo y desigual. Como señala Cesilia Sánchez, el cobrar menos que los demás les permitió vender más y de ahí obtener ganancias, pequeñas pero constantes, que exigía una disciplina tenaz para acumular hasta lo más mínimo y vivir una vida basada en la austeridad hasta lograr una gran fortuna para volver a invertir y multiplicar sus ganancias. Este fue el caso de los Lau, Wong, Tam, y otros que lentamente expandieron sus negocios en diferentes zonas de la ciudad, como fueron las intersecciones del Jr. Gamarra, Jr. Ayacucho, Jr. Grau y Jr. Junín, al que se le puede considerar como el barrio chino de Trujillo. En la provincia destacaron las compañías: Chao On Tay, Win Chan y Co, Tac Lic y Co, Gin Li y Co, quienes aprovecharon la demanda de artículos provenientes del país.[15]

La población china buscó reconfigurar su posición de marginados y, el adaptarse a los valores, gustos, mentalidad y prácticas aceptadas por la población trujillana, los llevó a realizar una serie de estrategias socioculturales y biológicas para lograr la aceptación y reconocimiento de la sociedad trujillana, transformando así su estatus y estilo de vida.

Conclusiones

La inmigración china en Perú se remonta desde 1613, con la presencia de 38 individuos; pero a partir de 1849 ingresan de manera masiva más de 90 000 chinos hasta 1874, cuando se suspende. Los chinos fueron traídos a Perú para suplir la falta de mano de obra al abolirse la esclavitud y se dedicaron a trabajar en la extracción del guano, en las haciendas productoras de azúcar y algodón y en la construcción de ferrocarriles. Los departamentos de Ica y La Libertad fueron los mayores focos de concentración china después de Lima.

En casi todos los fundos y haciendas del valle Chicama existían chinos para las labores agrícolas, especialmente de caña de azúcar, y eran explotados y vivían en condiciones de semiesclavos. Los chinos que terminaron su contrato en las haciendas y latifundios se  incorporaron a los pueblos y ciudades; pero sufrieron rápidamente discriminación y marginación. Los chinos urbanos se dedicaron al comercio, ganando mercado al cobrar menos y vender más, generado indignación por parte de sus competidores. La población china reconfiguró su posición relegada, realizando una serie de estrategias socioculturales y biológicas para lograr la aceptación y reconocimiento de la sociedad trujillana.

Fuentes

[1]  Biblioteca Nacional de España, Manuscritos, Miguel de Contreras, 1614, “Padrón de los indios que se hallaron en la ciudad de los Reyes del Perú”, f. 237 (247).

[2]  Basadre Grohmann, Jorge. Historia de la República del Perú (1822-1933). Tomo 4. Lima: El Comercio, 2014, Cap. 14, pp. 52-59.

[3]  Trazegnies Granda, Fernando de. En el país de las colinas de arena. Tomo II. Lima: PUCP, 1995, p 112

[4]  Culí: Apelativo usado para designar a trabajadores contratados con escasa cualificación de la India, China y otros países asiáticos.

[5]  Rodríguez Pastor, Humberto. Herederos del dragón. Historia de la comunidad china en el Perú. Lima: Congreso del Perú, 2000, pp. 43-58.

[6]  Rodríguez Pastor, Humberto. Hijos del celeste imperio en el Perú (1850-1900). Lima: SUR Casa de Estudios del Socialismo, 2001, p. 77.

[7]  Ídem, p. 78.

[8]  Middendorf, Ernst. Perú. Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años. Tomo 2: La costa. Lima: UNMSM, 1973, p. 262.

[9]  Sánchez Otiniano, Cesilia. Situación del migrante chino en la provincia de Trujillo durante los años 1868-1910. Informe de bachiller en Ciencias Sociales. Trujillo: Universidad Nacional de Trujillo, 2014, p. 46.

[10]  Archivo Regional de La Libertad, Gobierno Regional, Licencias, Libro N° 2, N° 1862, f. 26.

[11]  Archivo Regional de La Libertad, Gobierno Regional, Licencias, Libro N° 5, N° 2584, f. 248.

[12]  Squier, George. Un viaje por tierras incaicas. Crónica de una expedición arqueológica (1863-1865). La Paz: Ed. Los Amigos del Libro, 1974, pp. 61-62.

[13]  Middendorf, Ernst. Perú. Observaciones y estudios… p. 282.

[14]  Sánchez Otiniano, Cesilia. Situación del migrante chino…, pp. 41-42.

[15]  Ídem, pp. 54-55.

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