Por: Juan Carlos Chávez Marquina
jcarlos@historiador.pe

La revolución política del mundo hispano

Para comprender el dilema de la Independencia en Perú es necesario conocer la mentalidad y cultura de los actores sociales participantes. No fue fácil digerir la idea de independencia cuando se tenía como modelo el terror y la tiranía que generaron la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Pareciera que la solución estuviera en aplicar algunas reformas. Para tener una idea general de la incertidumbre de la Independencia es necesario extender unas cuantas líneas sobre el contexto iberoamericano.

Hispanoamérica vio pasar una serie de revoluciones políticas en Europa y Estados Unidos, pero no puso interés en una adopción nacional de estas formas de pensamiento y reordenamiento social, puesto que, mientras que el régimen español  virtualmente funcionaba y tenía autoridad, seguía siendo válido. Es necesario precisar que ni la ilustración, ni la independencia de las 13 colonias y mucho menos la Revolución Francesa fueron la causa de la independencia de América Latina, sino que sus ideologías fueron adoptadas varios años después, una vez iniciada la revolución para justificar ideológicamente el cambio de régimen y formular sus respectivas constituciones, tal como enuncia Pierre Chaunu: «los movimientos independentistas buscarán referencias numerosas y precisas. Las influencias son tanto más evidentes y los calcos más fieles porque la falta de madurez impidió una expresión más personal».[1]

La ilustración francesa de Montesquieu, Voltaire y Rousseau no fue una causa en la ruptura de la América española, porque su contraparte era la ilustración hispánica, que creía en usar la razón y la ciencia al servicio del Estado, cuyo fin era educar buenos ciudadanos. La independencia de las 13 colonias tampoco motivó a los hispanoamericanos, al punto de que la monarquía española apoyó a los patriotas norteamericanos en la separación del dominio inglés confiando en la fidelidad de sus propias colonias.[2] La Revolución Francesa no tuvo una acogida positiva en Hispanoamérica, puesto que la prensa —como el Mercurio Peruano—, condenaba el carácter regicida, antirreligioso y anarquista de la revolución.[3] Entonces, ¿cuál fue la causa principal de la Independencia de la América española? La respuesta la encontramos en la misma metrópoli.

Las fiebres de independencia en la América hispánica no fueron procesos aislados, sino que tuvieron su primera gran causa en la propia guerra de España por independizarse del dominio francés (1808-1814). Cuando Napoleón Bonaparte irrumpió la península española encontró un país dividido entre Carlos IV y Fernando VII, padre e hijo disputándose la Corona, coyuntura que fue aprovechada por el francés. El emperador hiso abdicar a ambos contendientes en favor de su hermano, José Bonaparte, como nuevo rey de España, motivo por el cual ésta declaró la guerra a Francia. Asimismo, ante el rey ilegítimo, las colonias americanas dispusieron que el poder revertía en el pueblo, asumiendo por consiguiente, un autogobierno mientras dure el cautiverio de Fernando VII (fidelismo). Lo lógico hubiera sido que Hispanoamérica hubiese conseguido su independencia entre 1808 y 1814, tiempo que duró la invasión francesa en España; pero, a pesar de que la monarquía no envió a su ejército, no se logró, puesto que existieron pugnas entre “leales” y “traidores”.[4] Al retorno de Fernando VII (1814), con excepción de Río de la Plata (Argentina), se empezaron a restaurar las colonias americanas.

Las guerras de independencia fueron, por su magnitud, guerras civiles: pugnas entre americanos reformadores (realistas) y revolucionarios (patriotas). La imagen apocalíptica de la  Revolución francesa (terrorismo, anarquía y antirreligiosidad) afianzó al mundo hispano la sujeción a la monarquía y la Iglesia: a los principios políticos, éticos y religiosos. La imagen tradicional de la monarquía era concebida como una familia, donde el rey era el “padre”; la “nación”, la unión fraterna de todos los súbditos; y la religión, el alma de los principios éticos. Pero esta ideología transitaría a una modernidad que reconquistaría los derechos de la nación.[5]

Según F.-X. Guerra (1992), a partir de 1808, se abre en España una nueva cultura política en contra del despotismo y propugnará el respeto por la soberanía popular. Nace el liberalismo hispánico. En 1810 se realizan las Cortes en Cádiz, cuyo resultado fue la primera Constitución Política de la Monarquía Española, que ponía fin al poder absoluto del rey y a los privilegios feudales. La Carta Magna fue redactada tomando en cuenta la participación de representantes de todos los reinos hispanos, por lo que peninsulares, criollos, indígenas y mestizos, celebraron la instauración de una monarquía parlamentaria, donde la soberanía residía esencialmente en la nación, compuesta por ciudadanos “libres e iguales jurídicamente”[6] y, por lo mismo, pertenece a éstos establecer sus propias leyes. Los hispanoamericanos celebraron la Constitución con expectativas de pasar de ser “colonias” a equipararse con España. Es decir, los criollos anhelaban poseer una autonomía administrativa, mas no la separación de España.[7]

Esta reforma liberal les parecía más racional que romper con la Corona y aventurarse a un destino incierto. Por ello, cuando Fernando VII regresó al trono, hubieron grandes grupos americanos que respaldaron un gobierno representativo. Pero el nuevo rey no aceptó la limitación de sus poderes, así que derogó la constitución gaditana, condenó a los liberales y, por ende, ahogó las esperanzas de los americanos de una mejor calidad de vida y reconocimiento. El rechazo al liberalismo fue la segunda gran causa y la principal que impulsó a las colonias hispanoamericanas a luchar, en gran medida, por la independencia.

De las provincias a la capital, una independencia centrípeta

La realidad socioeconómica de Perú en la postrimería de la Colonia era crítica, en parte resultado de las reformas borbónicas y, la otra, producto de su psicología rentista y nobiliaria. A pesar de estar agravada con la pérdida comercial en Potosí (Bolivia) cuando éste fue anexado al virreinato del Río de la Plata, John Fisher demostró que la economía de Perú seguía estribando principalmente en la extracción de plata de Cerro de Pasco y Hualgayoc.[8] Pero la economía  de Perú no se orientó en el desarrollo de una industria manufacturera, no eran productores de real riqueza, sino que forjó una intensa dependencia de productos importados y de consumo, donde «Perú no sólo gastaba más de lo que tenía, sostenía un estándar de vida excesivo, gastaba desastrosamente más allá de sus recursos».[9]

Al igual que en muchos países de América hispana, los intelectuales de Perú —la mayoría— creían en el “buen gobierno” de la monarquía a través de la aplicación de algunas reformas, y parecía una manera más fácil y efectiva de conseguirlo que el derramamiento de sangre y el desborde social de una rebelión. Pero lo particular de Perú fue estar muy aferrado a la figura del monarca y al status quo, hasta muy avanzada las revoluciones hispanoamericanas, puesto que mientras que el sistema imperial funcione era en sí mismo racional y sólo éste podía autodestruirse.[10] Y cuando la invasión napoleónica quiso suprimir la dinastía española, el virrey Fernando de Abascal desde Perú gestó la contrarrevolución en el continente sudamericano para imponer la sumisión al monarca cautivo (1806-1816).

Si bien es cierto que la emancipación de Perú tuvo como dirigentes a extranjeros (San Martín y Bolívar) al que Heraclio Bonilla y Karen Spalding denominaron la  independencia “concedida”, es decir traída “desde afuera”, argumentando que no fue fruto del nacionalismo peruano, porque la élite criolla apostaba por la continuidad del régimen colonial y las masas populares permanecieron indiferentes;[11] no debemos centrarnos principalmente en la capital, que por sus privilegios fue predominantemente conservadora. Como Lima no es Perú, es importante destacar el patriotismo de las provincias en el proceso de la Independencia.

Una visión descentralizada y remotamente anterior a 1821 nos presentó Scarlett O’Phelan, enfocada en el Bajo y Alto Perú, integrada dentro del circuito comercial Cuzco-Potosí. Así, desde 1730, el sur andino elaboró un nítido programa de movimientos anticoloniales que llegó a su apogeo en 1780 con la interpretación de la rebelión de Túpac Amaru II y en 1814 con la de los hermanos Angulo y Pumacahua, que abarcó casi medio virreinato peruano. En ambas luchas subversivas hubo participación de indígenas, afrodescendientes, mestizos, criollos e incluso peninsulares, quienes con presunta “conciencia nacional” y “legitimidad”  lucharon contra el régimen colonial, pero no tuvieron éxito. Entonces, la independencia que al final fue “concedida” no resultó de la falta de iniciativa por parte de los peruanos, puesto que desde las reformas borbónicas se buscaba una salida alternativa al despotismo ilustrado; pero fracasó por la carencia de un programa político más allá de las reivindicaciones inmediatas, cuyo encapsulamiento regional evitó extender sus fronteras sin visualizar la coyuntura que el continente experimentaba en ese momento.[12]

Es un anacrónico error creer que toda “lucha anticolonial” era señal de independencia, dado que la mayoría de peruanos combatía al mal gobierno regional, mas no a la monarquía española.

Un análisis desde la cultura política, estudiado por Víctor Peralta (2010), revela que el poder de la prensa y la retórica fidelista y antifrancesa, auspiciados por Abascal, fue una estrategia orientada a preservar la lealtad del rey entre la población. Pero los defectos de esta propaganda generaron una desconfianza que conllevó a un nuevo lenguaje político, promovido por el liberalismo hispánico, que rechazó la arbitrariedad del absolutismo y respaldó la soberanía de la nación mediante un parlamento.[13] Así la reactivación de la Constitución liberal en 1820 convenció a algunos peruanos de considerar una monarquía constitucional mejor que una independencia inestable y anárquica.[14]

Por otro lado, un rasgo particular de las provincias del norte anterior al siglo XIX fue la relativa “pasividad” en contraste con la intensa rebeldía en el sur. En la costa norteña las revueltas de indios fueron exiguas y los nobles indígenas en vez de cuestionar el coloniaje buscaban la manera de enriquecerse y establecer lazos de parentesco en varias provincias, donde los litigios judiciales evitaron que éstos se unieran en contra del poder colonial.[15] Asimismo —como indica Susana Aldana—, la demanda internacional de productos agropecuarios en el siglo XVIII benefició a los norteños, configurando redes familiares de comercio.[16] Por consiguiente, el Norte ofrecía mejores oportunidades de prosperidad para sus habitantes que en el Sur. Sin embargo, a partir de 1820 los papeles se invirtieron: el norte lideró su propia independencia y el sur se convirtió en el último baluarte del poder colonial. El apoyo de la intendencia de Trujillo (que abarcaba el norte del virreinato) fue decisivo para la emancipación nacional, así reconocida por José de San Martín y Simón Bolívar.

Como es frecuente en las reconquistas, para lograr la independencia de un gobierno era necesario empezar por emancipar la periferia para entrar con todo al centro de poder. Esto fue, primero a nivel subcontinental, con el apoyo de las Provincias Unidades de Río de la Plata, Chile y la Gran Colombia a la independencia de Perú y, segundo a nivel nacional, con la participación de las provincias para liberar a Lima y Cuzco.

Nobilísima ciudad de Trujillo, de leal a la Corona a fidelísima a la Patria

Para la década de 1810, la intendencia de Trujillo se componía de ocho partidos o provincias: Trujillo, Piura, Chachapoyas, Chota, Cajamarca, Lambayeque, Huamachuco y Pataz o Cajamarquilla, concentrando la mayor parte de la población peruana con más de 230 mil habitantes. Durante casi todo el periodo del virreinato peruano, Trujillo fue considerada, después de Lima, como la ciudad más importante y leal a la Corona, gozando de los privilegios más generosos que un rey puede conferir a una urbe. Don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, Duque de Alcudia y Ministro de Carlos IV — impopular en España, pero bienquisto en Trujillo—, gestionó a la muy noble ciudad grandes concesiones como las libertades aduaneras en el puerto de Huanchaco en 1797. Así el regocijante cabildo convirtió alegóricamente al ministro del rey en alcalde de Trujillo[17] y su retrato junto a la de los reyes presidieron las respectivas sesiones.

Posteriormente, durante la invasión francesa a España y la captura del monarca, el virrey Abascal decretó que todas las provincias peruanas jurarán fidelidad y contribuyeran económicamente a la causa. En Trujillo este acto se celebró el 24, 25 y 26 de octubre de 1808 con ceremonias religiosas, y luego ordenó a las provincias del norte a hacer lo mismo. Asimismo, el cabildo trujillano suprimió cualquier intento subversivo, como el rechazo a una carta de J. Antonio Castelli en julio de 1811, y preparó a 100 efectivos militares para mantener el status quo. De esta manera, la ciudad de Trujillo fue el foco de irradiación realista en el Norte peruano.

El 22 de enero de 1809, la Junta Central española invitó a las jurisdicciones americanas a participar de las Cortes, «Considerando que los vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no son propiamente colonias o factorías como los de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía». El objetivo era legitimar una monarquía parlamentaria que se proyectaba a la redacción de una constitución liberal. Siguiendo los procedimientos estipulados, en Perú se eligieron representantes de todas las intendencias para luego efectuar la elección del diputado ante las Cortes. Los sacerdotes Blas de Ostolaza y Pedro García Coronel fueron ilustres trujillanos que representaron a Perú en España. Finalmente, el 3 de diciembre de 1812 Trujillo tuvo conocimiento de la Constitución Política de la Monarquía Española redactada en Cádiz, donde todos los ciudadanos españoles (incluidos indios, mestizos y extranjeros nacionalizados) tendrían los mismos derechos y deberes y representatividad en la metrópoli, así como la libertad de imprenta, la abolición del tributo indígena, reformas políticas, entre otras —beneficiando principalmente a los criollos—. La celebración fue tan grandiosa que la Plaza de Armas se llamó “Plaza de la Constitución”, cuya fiesta duró 4 días «con repique de campanas, iluminación y salvas de Artillería» y misa de juramentación. Hasta entonces estas leyes sirvieron de estímulo para que la nobleza trujillana afianzara su fidelidad a la monarquía y rebatiera los movimientos anticoloniales. Sin embargo, tras el retorno de Fernando VII en 1814, la decepción que significó la derogación de la constitución doceañista y la restauración del absolutismo, replanteó la fidelidad de los trujillanos para tornarse en otra directriz, abandonando el debilitado régimen colonial para apostar por la independencia en toda la intendencia.

Ante la ola de independencias en América por el fracaso de una monarquía parlamentaria, Fernando VII la restaura en 1820 a manera de conciliación. En Lima se aceptó y juró en septiembre y se ordenó a las provincias a imitarlo. El peor error del virrey Pezuela fue designar como intendente de Trujillo al criollo José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, sin imaginar que sería el gestor de la caída del imperio español en el Norte de Perú y luego presidente de la nueva república.

José de San Martín arribó a Perú el 8 de septiembre de 1820 y consecutivamente fue invitado por el virrey para aceptar la restauración de la Constitución liberal. En Lima, establecido su cuartel en Huaura, San Martín interceptó una carta de Torre Tagle al virrey y, enterado de la situación crítica de Trujillo, decidió iniciar una comunicación epistolar con el intendente (20 y 27 de noviembre, 12, 14 y 23 de diciembre) para «propender a una unión entre nosotros, que me parece puede efectuarse salvando el honor y los compromisos públicos de V., y consultando los intereses y la felicidad de esos dignos habitantes».[18] Evaluando lo más conveniente, Torre Tagle se pone a disposición del Ejército Libertador, según expresó:

Diciembre 2, de 1820

[…]

Jamás dudé del arribo del Ejército Libertador a estas Costas, y deseando eficazmente coadyubar a sus loables miras, obteniendo en propiedad la intendencia de la opulenta ciudad de La Paz, preferí la interinidad de Trujillo, a la que traje de Capellán un religioso limeño, y de secretario a don José María García, natural de Valparaíso, ambos son decididos como yo por la causa de nuestra Patria; estos y dos primos míos el Marqués de Bellavista y don Miguel Tinoco y Merino son los únicos confidentes de nuestra iniciada grata correspondencia […]

No ha sido ilusoria su esperanza respecto a que la sagaz, equitativa, franca, y generosa política de V. no menos que la disciplina y valor de un ejército numeroso, han reunido indisolublemente a favor de nuestra justa causa, las opiniones divergentes de los pocos que vacilaban. No tuve embarazo para revelárselo de oficio, y por la última vez al Exmo. señor Pezuela, y con la misma franqueza se lo insinúo a V. para que tenga la satisfacción de contar con los habitantes de esta Provincia, que no dudo se resuelvan en el instante a sacudir el vergonzoso yugo con que han sido vejados por el dilatado espacio de tres siglos. […].[19]

Esta alianza fue clave para asegurar el compromiso del Norte a la causa emancipadora y ahogar a la capital de sus recursos, para que luego San Martín proclame la independencia del 28 de julio de 1821.

Por consenso y no por las armas: la independencia de Trujillo

Antes del arribo de San Martín, el primer pueblo en proclamar su independencia fue el cabildo indígena de Supe (Lima), gestado el 5 de abril de 1819, tras una de las expediciones marítimas de Lord Cochrane. Ya desembarcado el Ejército Libertador, proclamaron su independencia las ciudades de Ica, el 20 de octubre de 1820; Huamanga, el 8 de noviembre; Huancayo, el 20; Jauja, el 27; Tarma, el 29 de noviembre; Cerro de Pasco, el 7 de diciembre; Huánuco, el 11. Ahora le tocaría a la ilustre ciudad de Trujillo.

Teniendo a Torre Tagle como la cabeza de todo el Norte, la independencia estaba casi asegurada y sólo faltaba el compromiso del pueblo, quien no se hizo esperar al mantenerse alerta ante cualquier estropicio de los realistas. Coetáneo a los hechos, Nicolás Rebaza Cueto (1811-1897) relató que el obispo de Trujillo, José Carrión y Marfil, fiel a su patria española, enterado de los planes del intendente, dio aviso, por medio de su notario José López Merino, a los realistas de Quito. El brigadier de Cuenca, Melchor de Aymerich designó a Carlos Tolrá, coronel de caballería del batallón Numancia, la misión de deponer de la intendencia a Torre Tagle. Ocultando sus verdaderas intenciones, Tolrá arribó en diciembre a la ciudad para programar el operativo, pero una indiscreción le arruinó todo su plan. A poco más de una semana de la independencia, el imprudente coronel comunicó a un comerciante de tabaco, Blas Mejía, el despliegue de la conspiración contra el intendente. Mejía en el acto dio aviso al Marqués del peligro que corría, y éste dispuso un contraataque sorpresivo. La noche del 21 fueron sorprendidos y apresados los jefes y oficiales de Tolrá, mientras este último, que se encontraba en la casa de la Marquesa de Herrera, fue avisado por un criado de la proximidad del ejército patriota, lapso que le permitió escapar, marchándose a Cajabamba. [20]

La revolución separatista fue contra la monarquía española y no contra la Iglesia Católica; sin embargo, la ideología religiosa cumplía una influencia relevante para el propósito de los patriotas. Por entonces, existían discordancias entre el Alto Clero y Bajo Clero, entre los que rechazaban y respaldaban la Independencia. Por ello, Torre Tagle ordenó al capitán Prudencio Zufrátegui la captura (con la debida reverencia) del obispo español, que se encontraba en la hacienda Troche (Ascope), para ser traído de vuelta a Trujillo. Asimismo, el intendente designó como sucesor del obispado a Mons. Ignacio Machado.[21]

Trujillo desde el 22 de diciembre de 1820 se encontraba libre del poder realista, habiendo expulsado y encarcelado a todos sus opositores. Entonces el intendente Tagle convocó el día 24 a un cabildo con los personajes más ilustres de la ciudad, para disponer los preparativos de la independencia. Se estipuló sea el glorioso día 29, en la cual debía flamear la bandera peruana propuesta por San Martín —cuya confección fue comisionada a doña Micaela Muñoz Cañete, esposa de José Clemente de Tinoco y Merino—, así como promover las proclamaciones en todos los partidos de la intendencia.[22] Cuenta Rebaza que, como en aquellos tiempos no existía imprenta en la ciudad, se procedió a pegar carteles manuscritos en las esquinas de las casas, invitando al pueblo para que concurriese el día 29 a las 2 p.m. en la Plaza Mayor para deliberar la proclama, y a las personas más notables se les ofreció un billete de invitación.[23]

El 28 de diciembre la playa de Huanchaco recibió al batallón N° 6 enviado por San Martín en la goleta “Constancia” para preservar la ciudad de cualquier incidente y al día siguiente el ex-obispo y 16 españoles fueron embarcados hacia Huacho, donde el libertador.[24] Así Trujillo queda sin ningún realista al proclamar su independencia.

Llegado en día más cívico de Trujillo, el histórico 29 de diciembre de 1820, a las 14 horas, toda la asamblea popular se encontraba en la Plaza Mayor y en la Sala Consistorial estaban reunidos los dignatarios del poder político y militar, así como los más notables de la ciudad. Además del intendente Marqués de Torre Tagle y del alcalde Marqués de Bellavista (Juan Manuel Cavero y Muños), también se encontraban Luis José de Orbegoso y Moncada (futuro presidente), Juan Andueza, José María Lizarzaburu, Manuel José de Castro, Jerónimo de La Torre, los hermanos Juan José y Alejo Martínez de Pinillos, Fermín de Mattos, José de la Puente y Arce, Miguel Tinoco y Merino, Juan Bautista Luna Victoria, José Antonio de la Quintana, Manuel Núñez de Arce, Tadeo Fernández de Córdova, Nicolás Lynch, Juan Palacios, Apolinario Bracamonte, José Ramón Suárez y el indígena José Efio Cori Uscamayta, entre otros.[25]

Rebaza refirió que abierta la sesión, el intendente pronunció un breve discurso y luego leyó parte de la correspondencia de San Martín, en la que ofrecía su apoyo militar. Estas palabras fueron magnamente recibidas por la concurrencia que, convencida de la relevancia y compromiso que significaba luchar por la autodeterminación de los pueblos, por unanimidad se procedió a proclamar y jurar la Independencia de Trujillo. Con estas prescripciones, se consignó la respectiva acta. En seguida, Torre Tagle expuso su renuncia al cargo de intendente «para poder pasar a las filas del Ejército y derramar su sangre en defensa de su Patria». Sin embargo, el cabildo y los nobles no admitieron su renuncia y lo convencieron de continuar en el gobierno, esta vez con el título de presidente departamental.[26]

Terminada la sesión y portando un pequeño estandarte, Torre Tagle salió a la galería, saludó al inmenso pueblo y le anunció que se acababa de proclamar y jurar la independencia de Trujillo, dejando en poder del cabildo y del pueblo la dirigencia de su nuevo destino, pero que fue persuadido de continuar en el cargo. La multitud respondió con estrepitosos gritos de felicidad y aplausos. En ese momento la bandera española fue descendida, elevándose en su lugar nuestro flamante pabellón nacional, a la vez que una salva de artillería saludaba a la Patria. Asimismo, las campanas de las 13 iglesias de la ciudad congratularon el advenimiento de la soberanía popular. [27]

Concluida la ceremonia, Torre Tagle envió emisarios a todos los partidos de la intendencia con instrucciones de hacer lo mismo. Lambayeque pronunció su independencia el 27 y 31 de diciembre y el 14 de enero; Piura, el 4 de enero; Cajamarca, el 6 del mismo; Hualgayoc, el 8; y Chota, el día 9, etc.

Desafortunadamente para el patrimonio documental de Trujillo, uno de los firmantes del acta de independencia, por el peligro que implicaría si vencían los realistas, desglosó las respectivas páginas del primer Libro de Cabildo independiente (denominado “Libro Rojo”). Oportunamente, el acta fue ratificada con la  juramentación del 6 de enero de 1821, el cual se conserva y expresa:

[…] prometían y juraban con él [Torre Tagle], a Dios Ntro. Señor, y ante la señal de la cruz, defender la independencia del Perú, la Religión Católica, Apostólica y Romana; (la pureza de María Santísima Sra. Nra. en el primer instante de su inmaculada concepción y la Patria) hasta derramar la última gota de sangre; contestaron todos unánimente qe. si juraban; su Señoría les volvió a decir que si así lo hiciesen Dios Ntro. Señor les ayudase; y si al contrario se lo demandase (en su Sto. Tribunal) a lo qe. contestaron Amén.[28]

De acuerdo con los planes de Torre Tagle, Trujillo se convirtió en la primera ciudad independiente del norte peruano. Desde el 22 de diciembre de 1820, la ciudad se encontraba libre del poder realista y acordó celebrarla el día 29 con el izamiento del pabellón nacional y la placidez del pueblo. Sin embargo, unos cuantos insurgentes del pueblo de Lambayeque, ansiando la prioridad, adelantaron su proclama la noche del 27, siendo ésta en secreto y en casa privada, cuando aún la amenaza estaba latente, como lo puntualiza en su acta respectiva: «previniendo que si este juramento no lo hace con todas las demostraciones y solemnidad que desea este cuerpo, y en el modo público que correspondiera, no es por otra causa, que la de evitar el escándalo de las opiniones de los jefes militares de esta población, que juzgan contrariar sus votos y juramento».[29] La proclamación de Lambayeque, por no contar con el consentimiento popular, fue opuestamente ratificada por separado dos veces el 31 de diciembre; pero al quedar anulada fue oficializada el 14 de enero, cuando las autoridades ediles tomaron posesión de sus nuevos cargos.[30] Así queda claro que el cabildo de Trujillo fue el primero en proclamar oficialmente su independencia en el norte peruano, sin que existan trabas para su legitimidad.

El inicio del ejército peruano, la independencia del norte

Las reacciones españolas no se hicieron esperar, la contrarrevolución del norte estuvo a cargo de Mariano Castro Taboada, subdelegado de Chota, que consiguió la adhesión de los realistas de Cajabamba, Otuzco y Santiago de Chuco, con el propósito de evitar que la facción patriota se extendiera en la sierra y asegurar la guarnición veterana de Moyobamba con 600 efectivos.[31] Miguel Escalante, dirigente de la milicia en Cajabamba, y Ramón Noriega, por Otuzco, pusieron en marcha el plan contrarrevolucionario en abril de 1821. La justificación para ganar adeptos al servicio del rey era exacerbar las condiciones hostiles que presentaba la plebe. Así se acusó de infamia y latrocinio a la causa emancipadora, que entre los cantares de los reacios otuzcanos se popularizó la sarcástica copla: «Viva el rey y su corona, muera la patria ladrona». Con esta frase aludían a las altas cuotas de dinero, reclutas, caballos y ganado que exigía la manutención del ejército libertador.[32] Asimismo, el notario López Merino enardeció el fanatismo religioso para tergiversar la idea de que la guerra de Independencia también era contra la Iglesia Católica.[33]

El fervor patriótico y diplomático de Huamachuco, que había arreglado 2200 efectivos, impidió que su capital sea atacada por los realistas de Cajabamba en el acuerdo de mayo de 1821, entre J. F. Sánchez Carrión y Miguel Escalante, respectivamente. Por otro lado, el presidente departamental, Torre Tagle, preocupado por los insurgentes de Otuzco también empleó medios conciliatorios. Comisionó, primero, al clérigo Gregorio Ortrecho y, después, al sacerdote José Vicente Martínez de Otiniano para esclarecer la confusión que los realistas infundieron sobre la campaña emancipadora; pero terminaron siendo abortados, por el intransigente fanatismo de preservar el status quo de los “herejes patriotas”. No quedo otra solución para el Marqués que empuñar las armas.[34]

La batalla de Otuzco

En abril de 1821, el presidente departamental delega al teniente Silvestre de la Cuadra el mando de 40 efectivos del escuadrón de Trujillo para sofocar el clima hostil que azotaba a Otuzco. En el trayecto, Cuadra debía establecer un perímetro de resistencia con el apoyo de los hijos de Sinsicap hasta el arribo del comandante en jefe de la división, el teniente coronel Andrés de Santa Cruz. Llegado Santa Cruz a Sinsicap y posteriormente el capitán Llerena, la tropa ascendió a 600 efectivos, de los cuales 400 eran de infantería, entre los que se encontraban dos compañías de veteranos sanmartinianos, un escuadrón de caballería y dos piezas de artillería de montaña.[35] Por el bando realista, dirigida por Ramón Noriega, se aglutinaron más de 2000 combatientes de Otuzco y Usquil; carecían de preparación y armamento, pero les sobraba bravura y tenacidad.[36]

Contrario a la fecha expuesta por el historiador Héctor Centurión, el 13 de mayo el regimiento de Santa Cruz avanza hacia Otuzco, teniendo la primera ofensiva en el Peñón de Urmos. Los patriotas derrotaron a los realistas, obligándolos a replegarse hacia a la urbe. En la ciudad la resistencia se prolongó varias horas y la brigada patriota, en vez de reivindicar la imagen antirreligiosa imputada, sembró el terror entre los reacios otuzcanos. La crueldad de Silvestre de la Cuadra fue tan nefasta que —según Rebaza— durante varios años no se permitió el bautismo de ninguno que llevara su “infame nombre”. Ante el fallido intento de capturar a Noriega, Santa Cruz hizo fusilar al alcalde Pesantes, al notario Merino y a otros, a pesar de no tener órdenes expresas de efectuarlo.

Destruida la facción realista de Otuzco, el pánico invadió tanto al comandante general Miguel Escalante, jefe del regimiento de Cajabamba, que decidió fugar y ocultarse en busca de auxilio. Escalante, el prior Pedro Pazos, Juan Manuel Arbaiza y otros vecinos principales de Cajabamba partieron sigilosamente rumbo a Pataz, con el objetivo de salir a Humalíes para encontrar refuerzos en la sierra central. Sin recelo alguno llegaron a la hacienda se Succha, de propiedad del prior, para proporcionarse de víveres. Éstos fueron atendidos por el criado Caciano Quezada, quien, como hijo de Huamachuco tuvo prioridad por su patria que por su patrón, aprovechando que los visitantes dejaron sus armas en el corredor, reunió cautelosamente a todos los siervos de la finca para dar el golpe. Terminado el almuerzo, éstos se presentaron ante los 12 o 14 españoles y los apresaron en nombre de la Patria. Inmediatamente dieron aviso al gobernador de Huamachuco, Pablo Diéguez y Florencia, que remitió a los principales a disposición del presidente departamental; a su vez, Torre Tagle los consignó a Lima, donde San Martín.[37]

Pacificadas las insurgencias de Otuzco y apresados los dirigentes de Cajabamba, el plan de Taboada en conjunto con el virrey quedó frustrada.

La batalla de Higos-Urco

El teniente coronel José Matos, jefe de la guarnición veterana de Moyobamba, encubrió su posición realista para abortar la influencia patriótica. Bajo una careta patriótica hizo creer al gobernador de Maynas, Pedro Noriega Chávez, que estaba a favor de la misma causa. Ambos viajaron a Moyobamba a complementar el destacamento de Trujillo, para lo cual Noriega recibió 50 efectivos y 8000 pesos que remitió Tagle para asegurar la posición de dicha región. Matos con la colaboración del obispo Hipólito Sánchez Rangel y Fernández Álvarez, apresó al gobernador de Maynas y lo fusiló, logrando la captura y dispersión de sus soldados. Estos personajes se dedicaron a fortalecer el plan realista en coordinación con Castro de Taboada.[38]

Informados del desplazamiento de José Matos, José de Torre Tagle destacó, al mando del coronel Juan Valdivieso, una división a Chachapoyas, formados por jóvenes trujillanos, cajamarquinos y chachapoyanos, ascendientes a 294 efectivos con cuatro piezas de montaña; mientras que José Matos duplicaba la cantidad con una fuerza de 600 soldados y una pieza de artillería.[39]

El primer contacto se produjo el 3 de junio de 1821, con el subteniente Manuel Rodríguez, quien se replegó a la hacienda Rondón, donde los demás patriotas. Al día siguiente, abandonaron Rondón y tomaron el emplazamiento del combate en el campo de Higos Urco, en las inmediaciones de la ciudad de Chachapoyas.[40] Fracasados los convenios conciliatorios, el 6 de junio se libró una cruenta, agotadora y prolongada batalla.

La batalla empezó a las 8 a.m., sostenida ardorosamente por los fuegos de ambos bandos. En las primeras horas la victoria parecía de Valdivieso; pero el flanco derecho de Matos tomó altura dominante y empezó a disparar, obligando a los patriotas a abandonar el campo. Confiado el enemigo, siguió persiguiendo a los patriotas hasta que el fuego de la artillería contraria lo detuvo en la “Quebrada Honda”. Mientras descansaban algunos patriotas, Valdivieso ordenó a la guerrilla dirigida por Suarez a disparar a los realistas, quienes por 4 horas estuvieron combatiendo. Seguidamente ordenó al flanco izquierdo a ocultarse en un bosque perimetral, mientras Valdivieso avanzaba con el resto para llamar la atención de los realistas. El enemigo bajó al campo patriota y de inmediato fue sorprendido por los fuegos de la cuadrilla oculta, a la que pronto se agregaron las demás, incluida la artillería. Esta combinación decidió el combate: «las fuerzas enemigas comenzaron a huir entre el desorden, la vergüenza y el pavor».[41]

Después de 10 horas de combate, la victoria fue para los patriotas, destacando por su heroísmo José Félix Castro (trujillano), Evaristo Tafur (chachapoyano) y José Portocarrero (chachapoyano), teniendo como grandes auxiliadoras a aguerridas mujeres, destacando Matiaza Rimachi por enardecer la bravura patriótica. Ante la huida de algunos realistas, Valdivieso se dirigió a reforzar la ciudad y ordenó la persecución, pero la noche facilitó la huida de José Matos, Manuel Fernández Álvarez, el obispo Sánchez Rangel y otros. El 6 de septiembre del año siguiente, se libró una segunda batalla en el mismo lugar. Los patriotas, esta vez comandados por Nicolás Arriola, volvieron a derrotar a los últimos realistas del Norte, persiguiéndolos días después hacía el cerro “Ventana”, el río “Negro” y Rioja, hasta que finalmente se enrumbaron los sobrevivientes a España.[42] Entre los fugitivos estuvieron el obispo Sánchez Rangel y Carlos Tolrá.

La batalla de Higos-Urco fue de vital importancia para consolidar la libertad del Norte y obligar a la armada realista a abandonar la capital ante la presencia de San Martín. Con este gran combate se empezó a formar el ejército peruano que se consolidaría en Junín y Ayacucho. Tres fueron las batallas decisivas que nos dieron las llaves de nuestra libertad, siendo la primera, lamentablemente, desconocida por la historia nacional.

Si no fuera por el apoyo de las provincias del norte presididas por Torre Tagle, la independencia se hubiera postergado, como años más tarde San Martín se lo expresó a Juan Iturregui en París (1846), confesando que si no hubiera sido porque el departamento de La Libertad se levantaba y lo auxiliaba, él se habría reembarcado para Chile.[43] El 31 de enero de 1822, la ciudad de Trujillo recibió, por orden del Protector del Perú, el título de “Ciudad Benemérita y Fidelísima a la Patria”;[44] el 4 de junio de 1823, el Estado decretó el traslado de la sede del congreso y el gobierno a la ciudad de Trujillo, en calidad de capital provisional; el 26 de marzo de 1824 vuelve a ser capital por orden de Simón Bolívar mientras se libera Lima; y el 9 de marzo de 1825, el Congreso Constituyente estipuló que el departamento de Trujillo se denomine La Libertad en gratitud a que «la capital del mismo departamento fue el punto donde abrió el Libertador [Bolívar] la célebre campaña, que ha dado efectivamente la libertad al Perú, y el gran arsenal de los aprestos del ejército».[45]

Para reflexionar

La celebración de Independencia es la efeméride más importante de una nación; pero la nación, en un principio, se imaginó en términos centralistas, europeos y excluyentes. ¿Por qué celebrar la independencia del 28 de julio de 1821 si la libertad definitiva se logró el 9 de diciembre de 1824 y en Ayacucho? Porque Lima se imaginó ser el Perú y como metrópoli quiso mantener en la nueva República independiente la hegemonía que heredó de Francisco Pizarro. Los primeros gritos de libertad se dieron en las provincias y la consumación definitiva también se dio en aquellas, mientras que la capital se acomodó a su conveniencia. Así que, a diferencia de los demás países latinoamericanos que conmemoran el inicio del proceso independentista, Lima relegó los levantamientos regionales y aprovechó la proclamación de San Martín para inculcar un “discurso oficial” que simbolice la homogeneidad nacional. Por muchos años, este argumento señaló que casi todos los peruanos tomaron conciencia de la explotación colonial y, olvidando sus diferencias étnico-sociales, se fraternizaron en la lucha por la independencia. Hoy está tesis es insostenible.

Si Lima detentó ser la capital de la república, las provincias compitieron, y aún lo hacen, por ser capitales de algo. Así como Trujillo es Capital de la Primavera y de La Marinera, Chiclayo es la Capital de la Amistad, Cuzco es la Capital Histórica, Arequipa es la Capital Jurídica, Ayacucho es Capital de la Artesanía, entre otras. Está claro que las provincias configuran su propio eje económico social y cultural para proveerse de estatus y constituyen con sus vecinos un circuito macro-regional (Norte, Centro y Sur) relativamente independiente y casi hermético para combatir el centralismo estatal.

Las provincias ya tenían banderas al proclamar su propia independencia antes que Lima. Sin embargo, en la actualidad los ciudadanos acostumbran a izar el pabellón sólo en el mes de julio, evidenciando el carácter mecanicista y no reflexivo de la identidad como peruano. El aniversario del 28 de julio es una fecha simbólica, por lo que cada gobierno provincial debe celebrar con la misma solemnidad —o mayor— su propia independencia, pero antes debe procurar que cada ciudadano conozca acertadamente su historia.

Notas:

[1]  Chaunu, Pierre. “Interpretación de la Independencia de América Latina”. En La Independencia en el Perú. Lima: IEP / Campodónico, 1972, p. 126.

[2]  Rodríguez, Jaime. “Sobre la supuesta influencia de la Independencia de los Estados Unidos en las independencias hispanoamericanas”. Revista de Indias. España, vol. LXX, número 250, p. 696.

[3]  Rosas Lauro, Claudia. Del trono a la guillotina. El impacto de la Revolución Francesa en el Perú (1789-1808). Lima: IFEA/PUCP/EFP, 2006, pp.  100-122.

[4]  Anna, Timothy. España y la Independencia de América. México: FCE, 1986, p. 29.

[5]  Cf. Guerra, François-Xavier. Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Madrid: Mapfre, 1992, pp. 150-175.

[6]  Ídem, pp. 310-311, 326.

[7]  Rodríguez O., Jaime E. La independencia de la América española. México: Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 27.

[8]  Fisher, John. El Perú borbónico 1750-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000, pp. 122-123.

[9]  Anna, Timothy. La caída del gobierno español en el Perú. El dilema de la independencia. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2003, p. 41.

[10]  Ídem, pp. 52-61.

[11]  Bonilla, Heraclio y Karen Spalding. “La independencia en el Perú: las palabras y los hechos”. En Varios autores. La independencia en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos / Campodonico, 1971, pp. 15-64.

[12]  O’Phelan Godoy, Scarlett. “El mito de la «independencia concedida»: Los programas políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el Perú y Alto Perú (1739-1814)”. En Flores Galindo, Alberto (comp.). Independencia y revolución (1780-1840). Tomo 2. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1987, pp. 145-199.

[13] Peralta Ruiz, Víctor. La independencia y la cultura política peruana (1808-1821). Lima: Instituto de Estudios Peruanos / Fundación M. J. Bustamante De la Fuente, 2010, pp. 340-341.

[14]  Ídem, pp. 306-307.

[15]  O´Phelan Godoy, Scarlett. Kurakas sin sucesiones. Del cacique al alcalde de indios. Perú y Bolivia 1750-1835. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos “Bartolomé de Las Casas”, 1997, pp. 45-46.

[16]  Aldana, Susana. “Un norte diferente para la independencia peruana”. Revista de Indias. Madrid, vol. LVII, n° 209, 1997, pp. 151-152.

[17]  Palma Soriano, Ricardo. Tradiciones Peruanas. Madrid: Aguilar, 1952, p. 738-741.

[18]  Cartas de San Martín a Torre Tagle, 20 de noviembre y 12 de diciembre de 1820. En Ortiz de Zevallos, Javier (Comp.). San Martín y Torre Tagle en la Independencia de Perú. Lima: Centro de Documentación e Información, 1982, pp. 33-40.

[19] Borrador de la carta de Torre Tagle a San Martín, 2 de diciembre de 1820. En Ortiz 1982: 34-36.

[20]  Cf. Rebaza, Nicolás. Anales del departamento de La Libertad en la guerra de la independencia. Trujillo: El Obrero del Norte, 1898, pp.  18-20, 46. Centurión (1969: 74) corrige que la captura de los realistas fue el 21 de diciembre y no el 26 mencionado por Rebaza.

[21]  Ortega y Sagrista, Rafael. “Don José Carrión y Marfil, Obispo de Trujillo y Abad de Alcalá la Real (1746-1827)”. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses. La Rioja, n° 15, 1958, pp. 56-57.

[22]  Centurión Vallejo, Héctor. La Independencia de Trujillo (Apuntes para la Historia de Trujillo-1800-1821). Trujillo: Revista Universitaria N° 21-22, 1962, p. 75.

[23]  Rebaza, Nicolás, óp. cit., p. 31-32.

[24]  Compárese Centurión Vallejo, Héctor, óp. cit. p. 71; Ortiz de Zevallos, Javier, óp. cit., p. 156.

[25]  Ortiz de Zevallos, Javier, óp. cit., p. 157.

[26]  Rebaza, Nicolás, óp. cit., p. 33.

[27]  Ídem, pp. 33-34.

[28]  ARLL, Libro Rojo de Cabildo N° 21 (1821-1823), f. 1v. Larco Herrera, Alberto. Anales de Cabildo: Ciudad de Trujillo. Extractos tomados del Libro Rojo, que contiene las actas desde el 6 de Enero de 1821 hasta el 2 de Marzo de 1823. Lima: Sanmartí y Ca.,p. 5.

[29]  Mariátegui, Francisco Javier. Anotaciones a la Historia del Perú Independiente de don Mariano F. Paz-Soldán. Lima: Imprenta de “El Nacional”, 1869, pp. 155.

[30] Leguía y Martínez, Germán. Historia de la Emancipación del Perú: el Protectorado. Tomo III. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972, pp. 393-414.

[31]  Rebaza, Nicolás, óp. cit., pp. 122-123.

[32]  Ídem, pp. 134-138.

[33] Centro de Estudios de Historia Eclesiástica del Perú. Monografía de la Diócesis de Trujillo. Tomo I. Trujillo: Imprenta Diocesana, 1930, p. 254.

[34]  Rebaza, Nicolás, óp. cit., pp. 126-129.

[35]  Centurión Vallejo, Héctor. óp. cit., p. 104-105.

[36]  Rebaza, Nicolás, óp. cit., p. 136.

[37]  Ídem, pp. 145-148.

[38]  Centurión Vallejo, Héctor, óp. cit., p. 110.

[39]  Collantes Pizarro, Luis. El departamento de Amazonas en la gesta emancipadora. Lima, 1988, pp. 20-23.

[40]  Ídem, p. 113.

[41]  Valdivieso, Juan. “Parte oficial de la batalla de Higos-Urco”. En Collantes Pizarro, Luis. El departamento de Amazonas en la gesta emancipadora. Lima, 1988, pp. 46-47.

[42]  Collantes Pizarro, Luis. El departamento Amazonas…, pp. 37-41.

[43]  Rebaza, Nicolás. Anales del departamento de La Libertad en la guerra de la independencia. Trujillo: El Obrero del Norte, 1898, p. 178.

[44]  Alva Castro, Luis. Bolívar en La Libertad. Lima: Instituto Víctor Raúl Haya de la Torre, 2003, p. 57.

[45]  Ídem, p. 96.

Cita del artículo:

Chávez Marquina, Juan Carlos (2020). "Trujillo en la Independencia del Norte" en BICENTENARIO DE TRUJILLO PERÚ, 24 diciembre 2020, disponible en: https://trujillobicentenario.org/349/trujillo-en-la-independencia-del-norte.


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